lunes, 30 de noviembre de 2009

Padres Ancianos

Por: Querien Vangal



-- ¿Mis papás? Hay que fastidio, ¡No tengo tiempo! --



Para los jóvenes padres de familia, cuidar a sus bebés, ayudarlos en su absoluta dependencia para subsistir, a aprender a caminar, y a valerse cada vez más por sí mismos, es vivido como un camino mágico, esperado y muy satisfactorio, cuya recompensa es ver desarrollarse al hijo y convertirse en una personita. Cuidarlos cuando enferman, es una preocupación que se puede llevar al extremo, para que sus males sean bien atendidos, medicinados y seguidas las instrucciones del médico. Nadie cuestiona esta responsabilidad y satisfacción.



Es muy fácil dar amor y apapacho a un bebé o a una niñita encantadora, o un abrazo a un niño. La satisfacción paterna es fácil de conseguir y lleva al orgullo de ser protector y cuidador de los hijos que crecen. Estas satisfacciones se convierten en orgullo que puede llegar a la soberbia, la presunción consigo mismo del deber cumplido.



Pero hay otro extremo de la vida, la decadencia con los años, que convierte a personas vigorosas de la edad madura en ancianos, cada vez más necesitados de ayuda de todo tipo: material, física y psicológica -por no especificar espiritual. Quienes no mueren en el camino de la vida, se hacen viejos, con una creciente dependencia de gente más joven, que en toda cultura humana, es vista como responsabilidad fundamental de los hijos, y en segundo lugar de otros parientes, como los hermanos menores.


La responsabilidad para con los viejos es tan importante como para con los infantes; éstos crecen y aquellos decrecen, los niños son cada día menos dependientes y los viejos cada vez más, los niños ganan fuerza, los viejos la pierden. Aquí empiezan los problemas para quienes, como adultos en plenitud de vida, enfrentan necesidades de sus padres que envejecen: ¡que lata con el viejo!



Tal como la memoria histórica de los pueblos los hace olvidar y repetir los errores pasados, de acción y de omisión, las personas tienden a olvidar lo recibido de sus padres, desde el cuidado y alimentación recién nacidos, hasta sacrificios personales de tiempo y dinero para su educación. Y no es falta de memoria histórica familiar, es un mecanismo egoísta para olvidar la dedicación paterna y materna recibida.



Muy fácilmente, los padres de familia jóvenes y en edad madura, egoístamente pueden despreciar cada vez más lo recibido de sus padres, dándolo como una obligación que cumplir sin mayor mérito, pero al mismo tiempo llegan a sobreestimar sus propias acciones para con sus hijos. El egoísmo y la sobre-autoestima se imponen, desestimando a sus padres.



Atender a los padres que envejecen o ya ancianos, es vista por adultos egoístas como carga incomodísima, que demanda algo que quieren tener para su exclusivo provecho: tiempo. Una vez que un adulto empieza a sentir la necesidad paterna de dedicarles tiempo, la alternativa se hace presente: si dejo mis cosas para ver a mis papás, me pesa, y si no les doy tiempo, me remuerde la conciencia. La solución más fácil: desoír la conciencia.



El envejecimiento humano es sinónimo, desgraciadamente, de pérdida de facultades, y al mismo tiempo puede serlo de testarudez, necedad, mal carácter y cerrazón a ideas y costumbres que a través de su vida llegaron a considerar como propias: yo tengo razón y las nuevas generaciones están equivocadas. Los viejos chochean, entorpecen sus movimientos, pierden la memoria reciente y enferman cada vez más fácil y más perennemente. ¡Que lata son los viejos!



Sí, los padres que envejecen o ya ancianos son una carga, pero es el proceso vital de todo ser viviente. Esta carga es, para una recta conciencia libre de egoísmo, una responsabilidad ineludible, a cumplir con el mismo amor con que se atiende a los hijos al prepararlos para la vida. Pero la dificultad de atender a los viejos es más gratificante que atender a los hijos, y el premio divino inmenso.



No podemos hacernos sordos ni ciegos ante la demanda de atención de los padres viejos, cuya mayor dolencia es la soledad. En todas las culturas humanas y todas las religiones, esta responsabilidad es muy grave; es primero corresponder a la atención y amor recibidos mientras se crecía, con todas las fallas y errores que ello pudiera haber tenido. Salvo casos muy particulares de irresponsabilidad paterna, el saldo de amor y cuidados que recibimos, es muy favorable a los padres. Olvidarlo es tan, tan cómodo... que pensar en ello mortifica el uso de mí tiempo: sacrificar mi ocio tan agradable en pasar tiempo con los viejos...



La Biblia es muy clara en cuanto a la responsabilidad para con los padres ancianos, con todas sus debilidades, fallas y exigencias. La palabra de Dios es más exigente que cualquier palabra humana sobre el deber ante los padres. Dios no deja de amenazar a quien no lo cumple y de ofrecer recompensa a quien da amor a sus viejos. (Ver Eclesiástico, Cap. III, Vers. 1-18).



En conclusión: debemos dar a nuestros padres envejeciendo los que necesitan de nosotros, en cosas materiales -lo más cómodo-, PERO ESENCIALMENTE EN TIEMPO, TIEMPO LLENO DE CALOR HUMANO, DE CARIÑO Y DE MUCHA, MUCHA COMPRENSIÓN DE SUS DEBILIDADES DE ANCIANIDAD Y DE SU SOLEDAD. De paso, no olvidar que, si no morimos en plenitud de vida, también nos haremos ancianos y requeriremos tiempo de nuestros propios hijos quienes, naturalmente, repetirán lo que nos vieron hacer o dejar de hacer.



HIJO, MI QUERIDO HIJO

 

 Un padre atribulado

 

«El día en que este viejo ya no sea el mismo, ten paciencia y compréndeme»

 

"Cuando derrame comida sobre mi camisa y olvide amarrarme los zapatos, recuerda las horas que pasé enseñándote h hacer las mismas cosas".  Si cuando converses conmigo repito una y otra vez las mismas palabras, que sabes de sobra como terminan, no me interrumpas y escúchame.  Cuando eras pequeño, para que te durmieras tuve que contarte miles de veces el mismo cuento, hasta que cerrabas los ojos.

 

Cuando estemos reunidos y sin querer hago mis necesidades, no te avergüences y comprende que no tengo culpa de ello, pues ya no puedo controlarlas.  Piensa cuantas veces cuando niño te ayudé y estuve a tu lado pacientemente esperando que terminaras lo que estabas haciendo.  No me reproches  porque no quiera bañarme, no me regañes por ello, recuerda todas las veces que te perseguí y los miles de pretextos que inventaba para hacerte más agradable el aseo.  Acéptame y perdóname, ya que soy tu niño ahora.

 

Cuando me veas inútil e ignorante frente a todas las cosas tecnológicas que ya no podré entender, te suplico que me des todo el tiempo que sea necesario para tratar de entenderlas.  Por favor,  no me lastimes con tu sonrisa burlona.  Acuérdate que yo fui quien te enseñó muchas cosas que entonces te asombraban.

 

Recuerda que el comer, vestirte y tu educación para enfrentar la vida tan bien como lo haces, es producto de mi esfuerzo, amor y perseverancia por ti.  Cuestión que, si bien no es una gracia, sino una responsabilidad y obligación paterna, siempre dedique todo mi esfuerzo en cumplirla a carta cabal y sin menoscabo de cualquier esfuerzo, por grande que este fuera.

 

En las ocasiones en que, al conversar me llegue a olvidar de qué estábamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario hasta que yo recuerde y si no puedo hacerlo no te burles de mi; tal vez no era importante lo que hablaba y me conforme con lo que escuchaste en ese momento.

 

Si alguna vez ya no quiero comer, no insistas.  Sé cuando puedo y cuando no puedo.  También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder, ni gusto para sentir. 

 

Cuando me tiemblen mis piernas  por estar cansadas de andar, dame tu mano tierna para apoyarme, como lo hice yo contigo cuando comenzaste a caminar con tus aún débiles piernitas.

 

Por último, cuando al fin me oigas decir que ya no quiero vivir y sólo quiero morir, no te enfades.  Algún día entenderás que esto no tiene con mi cariño hacia ti,  Trata de entender que ya no vivo, sino sobrevivo eso muchas veces no es vivir.  Siempre quiero lo mejor para ti y he preparado los caminos  que has sabido recorrer.  Piensa entonces que con el paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, pero siempre contigo.  No te sientas triste e impotente por verme como me veas.  Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como yo lo hice cuando tú empezaste a vivir.  De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes para terminar el mío con tu amor y paciencia, que te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti.

 

Pero, suceda lo que suceda, me trates como me trates, así me vilipendies, soy tu padre y no dejaré de serlo, por lo tanto mi amor siempre lo tendrás pues éste es incondicional, es a prueba de cualquier embate o vicisitud, por grande que estos sean.  Mi perdón está latente anticipadamente. 

 

De cualquier modo,  yo te pido que no me trates con desprecio, la nobleza en el trato distingue a los hombres.  No me queda mucho tiempo de vida, hazme feliz en lo que me resta de ella.  Para un viejo la mayor felicidad es la relación con los hijos.  Todo lo que hagas por a para mí con ese enfoque enaltecerá tu alma y la elevará hacia Dios.

 

Te quiero mucho hijo mío.  Dios te bendiga por y para siempre.

 

Tu padre.

 

 

«LA ORACIÓN DEL QUE SE HUMILLA PENETRARÁ HASTA LAS NUBES»
 



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