viernes, 17 de julio de 2009

Aportación de Patricia Lombaridini Tamborrel

Carta de Patricia Lombardini (patita)

Hola tío, me encantó leer de nuestros orígenes con más detalle y sobretodo en lo que respecta a mi abuelo Tata, que tanto quise, aun ahora a mis 48 años, creo que lo necesito mucho pues a partir de mis 20 años mi relación con él se hizo más y más fuerte y yo siempre lo consideré una persona muy sabia.....extraño sus buenos consejos y su amor, pero en fin, me dejó muchas cosas que me han hecho llevar una vida honesta y feliz. Lo adoro.
Te voy a corregir algunos datos y si me equivoco te pido me disculpes, ok?
Según entiendo Clementina Suárez Vela es tu abuela y en el paréntesis junto a su nombre dices que es tu bisabuela. O tal vez el de José Tamborrel Piñeira esté mal pues a él le pones abuelo materno....chécalo.Y los hijos de Tata son siete, efectivamente, pero al describir con quien están casados, va Julieta antes que Elsie.
José tuvo con Enriqueta a José, Enrique y Margarita ( no María). Después tuvo con otra señora a Luis Alberto y después con otra más a Ana....wow, que tipo, no desperdició el tiempo, verdad??!!!!!! jejejeMaría Luisa se casó con Horace Binney Montgomery ( checar el nombre de él) tuvieron : Silvia, Ma. Luisa y Roberto.
Julieta con Miguel tuvieron una niña que murió al nacer, Miguel, Fernando, Javier (no chiquilín) y Julieta.
Elsie con Guillermo y tuvieron a Guillermo y Elsie
Guillermo con Ma. Eugenia y tuvieron a Guillermo, Ma. Eugenia, Eduardo y Andrea.
Sylvia( lo escribe con "y"...ojo) con Héctor, mi amadísimo papá y tuvieron a Gabriela y Patricia (yo!!!!)
Emma con Carlos Sánchez y tuvieron a Carlos, Alejandro, Julio y Víctor
No te escribí antes pues mi suegra se puso mala y hemos tenido días difíciles pero prometo siempre estar pendiente de mis correos y seguir leyendo más acerca de todo lo que nos une. Felicidades Tío por hacer esta labor tan padre y así poderles dejar a los que nos siguen un tesoro. Cuídate, pórtate mal y no dejes de escribirme para lo que se te ofrezca, ok?
Recibe todo mi cariño,
Patita

miércoles, 8 de julio de 2009

Algunas fotos

Foto tomada en 1070, en casa de Emma y Pancho



Alicia, Emma, Enrique Galván-Duque Tamborrel; Francisco Regens y Jorge Spamer (esposos de Emma y Alicia respectivamente)


Alicia y Emma Galván-Duque Tamborrel



Alicia, Héctor, Emma y Enrique Galván-Duque Tamborrel





Alfredo Jalife (esposo de Ivonne Galván-Duque B.), Petar Boker (esposo de Cecilia Regens Galván-Duque) y Enrique Galván-Duque B.






Adriana Spamer Galván-Duque, Carlos Gómez Chico (esposo de Adriana); Gustavo Aviles (esposo de Margarita Regens G-D) y Margarita Regens Galván-Duque.






Proyecto para la construcción de un ferrocarril entre Chiapas y Guatamela

Autor: Ingeniero Geografo José Tamborrel Siqueiros











Proyecto para la construcción de un ferrocarril entre Guatemala y México.


En 1895 el ingeniero José Tamborrel Siqueiros propuso al entonces ministro de Obras Públicas del Gobierno de Porfirio Díaz Mori la construcción de un ferrocarril entre Guatemala y México. Como el documento de que dispongo es la segunda fotocopia de la copia original está escasamente legible (aquí muestro la cinco páginas que lo integran), lo transcribo a continuación.

NOTA.- El documento de marras, un manuscrito escrito impecablemente bien, compuesto de cinco páginas tamaño oficio, con una caligrafía que obviamente ya está en desuso y con una retórica admirable.

C. Secretario de Estado y del Despacho de Comunicaciones y Obras Públicas.

José Tamborrel, mayor de edad y en pleno uso de sus derechos suficientemente apoderado de la Compañía del Norte Limitada, como lo justifica con el poder que acompaña, ante usted respetuosamente expone:
Que deseando la Compañía que represento establecer una vía férrea en el Estado de Tabasco, en sus fronteras con la República de Guatemala, entre la Villa de Tenosique ó sus inmediaciones en las riveras del Usumacinta a un punto de la parte alta del río San Pedro; a usted suplica, C. Secretario, se autorice a la expresada Compañía para que establezca y explote, según el proyecto de Contrato que adjunta, la mencionada vía férrea que cree será muy útil para nuestras poblaciones fronterizas y para la República en general, por las rezones que pasa a exponer:
El comercio actual del lado del Departamento de Petén de nuestra vecina República está haciéndose con la Colonia de Belice a pesar de que la mayor parte de su población es de origen mexicano, debido esto solamente a nuestras malas vías de comunicación. En la actualidad se introducen el Petén sólo los productos mexicanos de gran valor como la ropa y los granos como el café y el cacao, pudiendo fácilmente hacernos de todo su comercio con el establecimiento del ferrocarril a que me referido. Debo decir a usted que en rico Departamento del Petén no se producen sino maderas preciosas y tintóreas y las gomas de chicle y hule; pero en tan gran cantidad que superan a las producciones del río Usumacinta en la parte mexicana, y que necesitan sus habitantes por consiguiente, una gran importación de los productos agrícolas de nuestras costas, y los fabriles del interior.
El ferrocarril de que vengo tratando comunicará la parte navegable del río Usumacinta, con la parte alta navegable del río San Pedro que se interna en Guatemala hasta cerca de Ciudad Flores; de manera que nuestros productos entrarán al departamento de Petén: de Frontera ó del Carmen a Tenosique, por vapor; de Tenosique al río San Pedro, por ferrocarril; y seguirán después en el río San Pedro, en vapor, hasta cerca de Ciudad Flores. Los pocos productos americanos ó europeos que se consuman en el Petén pasarán de tránsito, y aún cuando el Contrato que propone los ha puesto sin ningún derecho de tránsito, la Compañía que representa no tiene en ello mayor empeño, pues lo único que desea es que las maderas que pasen de tránsito por el ferrocarril para fuera de nuestra República no paguen ningún derecho.
Tenosique progresa rápidamente desde hace algunos años, pues de un pueblo que no merecía ser cabecera de municipalidad, ha llegado a ser hoy la segunda población comercial del Estado. Siempre está en comunicación con los puertos de frontera y San Juan Bautista, en Tabasco, y del Carmen, en Campeche; pues a más de los vapores correos que esa Secretaría le concedió establecer, hay cinco vapores dedicados exclusivamente al comercio del río Usumacinta.
La zona que el ferrocarril recorrerá es sumamente rica en maderas preciosas y en gomas, siendo además de una fertilidad asombrosa para las producciones de climas cálidos y húmedos: cacao, café, y sobre todo para la caña de azúcar que dura en buen estado 25 años.
La Compañía del Norte Limitada es una compañía poderosa y bien organizada, que, en caso necesario, se comprometerá a establecer vapores en el río Usumacinta y en el río San Pedro, para facilitar más las comunicaciones.
No se le ocultan tampoco las ventajas que recibirá la República con el Ferrocarril para el caso, aunque remoto pero si posible, de una guerra, ya sea en Guatemala, Honduras o Belice.
En vista de todas las razones expuestas anteriormente, creo queda suficientemente comprobado lo útil que será al país el establecimiento del Ferrocarril en cuestión, utilidad que aumentará considerablemente si el Supremo Gobierno se compromete a no establecer tarifas de tránsito para las maderas, pues de esa manera se asegurará, en lo absoluto, todo el comercio del Departamento de Petén.
El Gobierno Federal es competente para hacer el contrato de Ferrocarril que solicita, por ser una vía que correrá paralela a nuestra línea divisoria con Guatemala, a menos de un kilómetro.
Habiendo estudiado varios contratos ferrocarrileros, ha tomado de ellos todas aquellas partes que le han parecido aplicables al caso presente, permitiéndose acompañar a usted una copia del proyecto de contrato, con el fin de que se haga el estudio en la Secretaría de su digno cargo, y usted tenga la bondad de indicarle las modificaciones que sean necesarias.
Como verá usted se ha permitido introducir dos modificaciones: una poniendo tarifas de fletes y pasajes relativamente elevadas, y la otra, aumentando el derecho de vía a ciento veinte metros de extensión.
Ha aumentado las tarifas, porque siendo muy altos los jornales que se pagan en toda aquella región, pues con dificultad se consiguen trabajadores a dos pesos diarios, el costo del establecimiento de la vía va a ser muy crecido, y muy costosa su explotación.
Respecto de la anchura de la vía, se ha fundado en que la altura de muchos árboles pasa de cincuenta metros, y si se dejara la anchura de setenta que ha encontrado en los contratos que estudió, con frecuencia la caída de árboles originaría descarrilamientos y retardos; por otra parte, es necesario en esas regiones en donde llueve tanto, y la vegetación es tan exuberante, sembrar alguna grama de raíces profundas que necesita sol, pues en caso de no hacer ese operación habría necesidad de hacer continuos desmontes para conservar bien la vía.
Protesta a usted C. Secretario las seguridades de su más alta consideración y respeto.
México, Noviembre 4 de 1895
























martes, 7 de julio de 2009

Anécdota del Ing. José Tamborrel Siqueiros

CHIAPAS, Entre Guatemala y México


El olvido en ocasiones mal intencionado, el abandono y el desconocimiento imperdonables de gran parte de nuestros historiadores, con pocas y por ello brillantes excepciones, y la porfiada, contumaz y grosera acusación que se hace a México y a los chiapanecos por parte de nuestros vecinos del Sur, al imputar al primero el abuso de poder al arrebatarles ---dicen ellos--- a Chiapas y el Soconusco y a los chiapanecos el grave cargo de deslealtad por no haberlos seguido al separarse de México, me llevó a esculcar --- hasta donde mis recursos en general me lo han permitido--- la historia de ambos países.

Hace algunos años que en la prensa diaria de la ciudad de México se dio la noticia alarmante de que el río Suchiate, al cambiar el cause de sus aguas, había quitado al territorio de México 962 hectáreas, es decir, cuatro veces más de lo rescatado, después de un siglo, en el “Chamizal”. Esto nos invita a revisar nuestro tratado de límites con Guatemala (Posteriormente la Secretaría de Relaciones Exteriores, desmintió la noticia).

Todavía, por ahí de los años sesenta del siglo pasado, en el diario La Hora, que se edita en la ciudad de Guatemala, un artículo impreso a cuatro columnas del escritor Mario Crespo Morales, en el que, pretendiendo fundarse en las Leyes de Indias y el Derecho de Castilla, sostiene entre otras cosas que “México conforme al derecho debería devolver todos los territorios que le ha quitado a nuestro país ---se refiere obviamente a Guatemala--- a causa de su debilidad, y valiéndose de la situación interna difícil que confrontaba Centroamérica que le impedía poner coto a todos esos abusos. De esa cuenta fue como Guatemala tuvo que verse obligada a ceder ante México todos esos territorios. Pero la fuerza no es derecho y algún día volveremos sobre Chiapas, Soconusco, Tabasco, Campeche y Yucatán. Así también sobre Belice desde luego”.

Parece mentira que a más de siglo de distancia de los tratados de límites entre Guatemala y México y en pleno desarrollo de esta era nuclear que hace vivir a la humanidad un vertiginoso progreso en la ciencia y la técnica, cuando las comunicaciones acortan las distancias y se trata de borrar fronteras y tarifas aduanales en intento de un mercado común que supere las condiciones de vida del hombre, se esté todavía hablando y escribiendo sobre cosas del pasado que deberían sepultarse en aras de una fraternidad internacional que más que nunca se hace indispensable ahora.

Lo anterior ratifica y confirma la sentencia de que del Río Bravo hacía el Norte se muestran orgullosos los Estados Unidos y fuertes ---sólo desde el punto de vista económico--- de Norteamérica, en tanto que a partir de la margen opuesta de ese mismo río hasta la Patagonia, vegetan los pueblos desunidos y débiles de Centro y Sudamérica.


Antecedentes

Para fijar mejor los razonamientos que darán base a mis conclusiones, deseo remontarme al pasado al reafirmar con el gran investigador Daniel Cosío Villegas, que resulta imposible trazar una línea divisoria territorial para la historia de los núcleos de población que ocuparon esta parte del Continente en las épocas precolombina y precortesiana; ya que, en grandes extensiones de territorio casi deshabitado, saltaban de un lugar a otro en la medida de su potencialidad guerrera.

Con una diferencia de siglos en su movimientos, puede asegurarse que la población flotante se moviliza de manera irregular y tiene flujos y reflujos como el mar. Por ejemplo, la raza de los Chiapas, con la que se fundó la primera ciudad en la Entidad que tomó su nombre de ella, al igual que su escudo y características más pronunciadas, provino de las márgenes del río Paraguay y del Plata. Fue una tribu nómada que cansada de peregrinar hacia el Norte se detuvo por largos años en la provincia de Nicaragua; de ahí que muchos escritores sostengan que provino de ese lugar; pero reanudó su éxodo y llegó hasta las tierras de Chiapas, atravesando necesariamente las de Guatemala, y se situó en las orillas del Río Grande, en la frontera actual con los EE. UU.

En apoyo de lo anterior y de lo que a continuación expongo, existen las informaciones de fray Antonio de Remesal, Clavijero, Torquemada y Bernal Díaz del Castillo entre otros, y la notable similitud en las características de aquellos pueblos de la América del Sur y de Nicaragua con las de los chiapanecos, en sus costumbres, hábitos y hasta en modismos del lenguaje como los que cito a continuación:
Es común y corriente en Chiapas el empleo de la castiza palabra “vos”, al igual que de los vocablos “vení”, “matate, “decímelo”, “hacete”, “querés”, “hacés”, etc.; y en ejemplos de la literatura del Sur, encontramos expresiones como las de la preciosa novela costumbrista de Ricardo Giradles, Don Segundo Sombra, en la parte en que el personaje central fustiga a su ahijado y le dice “hacete” duro muchacho; igual que cuando en un requiebro del baile como el de las “bombas” chiapanecas y yucatecas, dice a su pareja: una, dos, tres, cuatro; si no me “querés” me mato, y en la respuesta oportunísima: una, dos, tres, “matate” si “querés”. En la letra de tangos argentinos que por tanto tiempo estuvieron en boga, escuchamos giros como estos: “decímelo” al oído tan sólo una vez; “decí” percanta que has que has hecho con mi pobre corazón; no me importa lo que has hecho, lo que “hacés”, ni lo que “hagás”. Y así, esta relación se podría alargar tanto como quisiera, pero mejor regresemos al tema principal.

No contento Ahuizotl, octavo rey azteca ---nos dice el historiador centroamericano Domingo Juarros---, con su imperio y pareciéndole estrechos los límites de sus Estados, los amplió y extendió, agregándose el reino de Guatemala.

Enrico Martínez y otros escritores dieron como cosa firme y cierta que Guatemala, antes que los españoles, estuvo sujeta a los mexicanos. Tliltotl, líder guerrero azteca, después de su fracaso ante la tribu de los Chiapas, que por su bravura había domeñado a las razas vecinas de zoques y tzentales, penetró hasta Guatemala en 1502, al decir de Remesal; en tanto que el ejército de Moctezuma II, que en 1505 pasó por Guatemala, pudo llegar triunfante hasta Nicaragua, según nos informan Clavijero, Torquemada, Remesal y Bernal Díaz del Castillo en sus obras conocidas.

De lo anterior se deriva el hecho tan importante descubierto por nuestros arqueólogos, con la indiscutible austeridad intelectual del maestro Alfonso Caso, que en monumentos descubiertos en Chiapas y en Centroamérica se encuentran huellas indubitables de la cultura azteca, de la tolteca, al igual que de la Olmeca en sus jeroglíficos y signos característicos. De lo que se infiere que la cultura maya-quiché de esos pueblos se fundió con la de los mexicanos. De suerte que no fue sólo el poder militar de los españoles que realizó la conquista lo que puede dar fundamento al mapa geográfico que publicó el Atlas Británico en 1799, dando límites territoriales a México desde el Istmo de Panamá hasta los límites norte de los estados de los actualmente estados de los EE.UU.: California, Nevada, UTA, Colorado y Texas, con extensión de más de 4 millones de kilómetros cuadrados, por lo que puede sostenerse que así también en tan basto territorio se mezclaron la sangre y la cultura de nuestra nacionalidad de origen.

Ya bajo el dominio del imperio español, después de la conquista, gobernó a Guatemala, por encargo de Cortés, Don Pedro de Alvarado, desde el año de 1524 en que la conquistó hasta el de 1541 en que murió, es decir 17 años, los últimos de ellos lo hizo como gobernador y capitán general.

Carlos V, en su declaratoria de 1543, confirmada en Toledo por Felipe II, dijo: “y mandamos que el gobernador y Capitán General de las dichas provincias y Presidente de la Real Audiencia de ellas ---se refirió a Guatemala--- tenga, use y ejerza por sí solo la gobernación de aquella tierra y todo su distrito, así como la tiene nuestro Virrey de la Nueva España” (recopilación de Indias, Ley 6ª, Título XV, Libro Segundo). El mismo Carlos V, por Cédula anterior de 1527 había constituido con Nicaragua, Honduras, Chiapas, El Soconusco y el resto de Centroamérica, la Capitanía General de Guatemala; pero por Real Cédula del 24 de noviembre de 1526 Chiapas había quedado sometida a la Audiencia de Nueva España, El Soconusco formó parte de uno de los partidos de Chiapas desde 1797.

Si el derecho es el mejor medio para regular las relaciones tanto entre los individuos como entre las naciones, y si por el medio de él pudiera alejarse el peligro de las guerras, aunque estemos convencidos de que tanto las normas jurídicas, como la historia misma no deben su estructura y existencia a las reglas de la lógica sino a las de un interés finalista y político que las permite; que no nació el concepto de soberanía por ejemplo del hecho de que los hombres se hubieran puesto a reflexionar en lo que es el poder, sino en como es más conveniente que sea ese poder; que la historia se escribe por los vencedores con la intención de justificar sus pasiones; que esa historia ya no es la lux veritatis de que nos hablaba Cicerón, ni “el espejo de la verdad” a que aludía Segur; que no siempre la historia ha trabajado a favor de los hombres en la misma medida en que ellos trabajaron para la posteridad, esa misma experiencia debe conducirnos a luchar tesoneramente porque una sociedad científica tan importante sostenga tesoneramente la rectitud en las apreciaciones y esclarecimiento de la verdad hasta depurar la historia.

La Iglesia en América Latina

El poder casi omnímodo de la Iglesia se hizo sentir en todas las provincias dependientes de España, porque al triunfo francés que impuso a Napoleón sobre los reyes católicos, se descubrió el esfuerzo realizado por las órdenes religiosas para independizarlas de su metrópoli, y poder ofrecer a esos reyes un nuevo imperio. La conjura de la Profesa y la confabulación que sorprendió la buena fe de los insurgentes Vicente Guerrero y Nicolás Bravo en el Plan de Iguala, y la aceptación de los tratados de Córdoba, lo demuestran. A esa misma influencia religiosa debemos atribuir el hecho insólito de que las provincias de Centroamérica, sin haber realizado esfuerzo alguno, sin el olor de la pólvora, se apresuraran a declarar su independencia de España y su incorporación al nuevo imperio que inició el sargento Pío Marcha.

Con anterioridad, la rica zona de Petén había sido conquistada por religiosos dominicos y fue alma de esa empresa fray Bartolomé de las Casas.

No debemos olvidar que, si Guatemala se declaraba independiente de la metrópoli sin haber luchado por la libertad, sin embargo sí había enviado tropas para luchar contra los insurgentes mexicanos. Los entorchados del heroico general Don Mariano Matamoros son buena prueba de ello, ganados en buena lid el 19 de abridle 1813 cuando derrotó estrepitosamente en Comitán a don Miguel Lambrón, comandante de la división de tropas realistas guatemaltecas que, por orden del capitán general de Guatemala, don José Bustamante, habían invadido el territorio mexicano parta venir en ayuda de las tropas realistas.

Guatemala se había convertido en aquella época en el refugio de todos los enemigos de la independencia de México que habitaban las provincias del Sur y Sureste. Multitud de familias de españoles peninsulares y de criollos partidarios de la metrópoli se habían reunido allí, dirigidos y alentados por el arzobispo Casasús, furibundo enemigo de la independencia, como lo demostró en su escrito famoso conocido por el antihidalguismo, y por el general Bustamante. Es importante hacer notar que a los criollos que se oponían a la independencia, indebidamente se les ha llamado traidores a la patria, porque no lo eran en tanto que todavía no existía el nuevo país, si en cambio debían, hasta ese momento fidelidad a la metrópoli. Caso diferente fue el de los españoles peninsulares que fueron partidarios de la independencia, pues ellos sí traicionaron a su patria (España), sin embargo nunca se les trató como tales ---aquí y allá--- una vez finalizada la contienda, entre ellos podemos citar a un destacadísimo Francisco Xavier Mina, que luchó en forma por demás heroica a favor de la independencia.

En la referida batalla de Comitán cubrieronse de gloria, al mando de Matamoros, los batallones del Carmen, San Luis, San Ignacio y el escuadrón de caballería de San Pedro. Los realistas guatemaltecos, que a su entrada a territorio mexicano, habíanse destacado por su crueldad y violencia, como lo demuestra la matanza de veinticinco infelices en el pueblo de Niltepec, y la destrucción material que provocaban por donde pasaban, huyeron desordenadamente, dejando en poder del ejercito insurgente tan cuantioso botín que la división de Matamoros quedó abastecida suficientemente, y por mucho tiempo, de víveres, armas, municiones y vestuario.

Chiapas, no. Chiapas luchó por la independencia, hombro con hombro con los insurgentes mexicanos.

Y cuando llegó el momento de la separación definitiva de España, Chiapas se anticipó a todas las provincias que formaban parte de la Capitanía General de Guatemala y en la ciudad de Comitán proclamó la suya el 28 de agosto de 1821, animados los partidarios de la independencia por las gestiones patrióticas de fray Matías de Córdoba, clérigo digno de figurar al lado de tantos sacerdotes mexicanos que lucharon y dieron su vida por la independencia de México.

Los ilustres personajes que firmaron el Acta de la Independencia en Comitán, fueron: Pedro Celis, Ignacio Ruiz, A. Solórzano, Manuel Gordillo, Juan García, Ricardo Armendáriz, Manuel de Ulloa, José Castañeda, Mariano Solórzano, Miguel Ortiz, Victoriano Cancino, fray Matías de Córdoba, fray Juan Perrote, fray Ignacio Barnoya, Francisco Villatoro, Gervasio Tovar, Juan Crisóstomo Hernández, José Albores, Domingo García, Cándido Solórzano, Miguel Domínguez, José Benito Ortiz y Marcial de Camposeco. Honor a quien honor merece.

¿Qué hizo, acto seguido, esta Junta Provisional? ¿Se puso en contacto con Guatemala? No. Lo que hizo inmediatamente fue designar a uno de sus miembros, el presbítero don Pedro José Solórzano, facilitándole amplios poderes, para que, con la mayor urgencia, se trasladase a la Ciudad de México y gestionase la incorporación de Chiapas al Imperio Mexicano. Tan ardiente y entusiasta era el portador de esta misión que, llegado a la capital mexicana en noviembre de 1821, logró su objetivo el 16 de enero de 1822, fecha en la que la Regencia del Imperio declaraba que la provincia de Chiapas quedaba incorporada para siempre al Imperio Mexicano, con iguales derechos, prerrogativas y obligaciones que correspondían a las demás provincias mexicanas. Este documento histórico está firmado por Agustín de Iturbide, como Presidente, y por los señores Manuel Velásquez de León, Antonio Joaquín Pérez, obispo de Puebla, y José Manuel Herrera, los que componían la Regencia.

Esta frialdad, este desarraigo de Chiapas respecto a Guatemala era lo normal, pues Chiapas nunca quiso pertenecer a la división política y administrativa de las Audiencia de Guatemala. Si estuvo temporalmente unida a esta última, fue de manera estrictamente formal, por imposición de las autoridades españolas que hacían divisiones a su conveniencia o de sus paniaguados, pero teniendo en cuenta muy pocas veces el verdadero interés de los pueblos. Chiapas siempre gravitó hacia la Nueva España, y en la primera ocasión que tuvo que manifestar su verdadera voluntad, lo hizo conforme a su intimo deseo y públicos afanes.

Pero hay más. Diez años antes de consumarse la independencia, celébranse en Cádiz las Cortes españolas convocadas en 1810 y clausuradas en 1813, tomando acuerdos y soluciones que afectaban a todo el Imperio Español, incluyendo a Guatemala y a Chiapas. La provincia de Chiapas envió como diputado a aquellas Cortes a don Mariano Robles, presbítero y secretario del Obispo de Ciudad Real de Chiapa, nombre antiguo de la actual San Cristóbal las Casas. Pues bien, el diputado Robles, representante de Chiapas, actuó en aquellas Cortes en forma absolutamente independiente del diputado por Guatemala, don Antonio Larrazábal. Léanse los discursos, los informes, las intervenciones de del diputado Robles y se verá que nunca actuó total y absolutamente como representante de Guatemala. El actuaba exclusivamente como representante de Chiapas, estando a punto de lograr allí la total independencia de su provincia del tutelaje de Guatemala, pues llegó a gestionar la creación de una diputación provincial en Chiapas, y si no se llevó a efecto fue porque la llegada a España de Fernando VII y su camarilla de serviles, con la vuelta al absolutismo, provocó allí y en todo el Continente Americano, un recrudecimiento del reaccionarismo, anulándose todas las disposiciones liberales de las Cortes y mandando a prisión, incluso, a los diputados progresistas que no pudieron huir.

En un discurso histórico pronunciado por el diputado don Mariano Robles, en la sesión que las Cortes celebraron el 29 de mayo de 1813, pide que, considerando que Guatemala no puede atender, por su lejanía, los asuntos de Chiapas, se cree aquí una diputación provincial, exclusivamente de Chiapas. Hay que recordar que, con la Constitución de Cádiz, desaparecían los virreinatos, las audiencias generales, los gobernadores, y, en general, toda la vieja administración, y se substituían tales organismos por diputaciones provinciales, dependiendo cada una de Madrid, e independientes las unas de las otras. O sea, que el diputado Robles ya planteó en esa sesión la total independencia de Chiapas respecto a Guatemala.

Pidió igualmente el diputado Robles, en la misma sesión que se estableciera en Chiapas una Universidad, y que, rompiendo el privilegio que tenía Acapulco para la navegación comercial, se abrieran los puertos de Tonalá y Tapachula, a fin de facilitar el comercia con Guatemala y la Nueva España.

Las Cortes sometieron a estudio de las correspondientes comisiones las peticiones del diputado por Chiapas, y, cuando el rey disolvió las Cortes pocos meses después, y anuló lo hecho por ellas, Chiapas había ya, de hecho, la apertura de sus puertos, como lo demuestra el respectivo decreto del 29 de octubre de 1813, cuyas partes principales dicen así: “Las Cortes, deseando facilitar el Comercio de la provincia de Chiapas con Guatemala, Nueva España y el Perú; y atendiendo a la prosperidad y ventajas que de ello han de resultar a sus habitantes, han tenido a bien decretar lo siguiente: Se abrirán los puertos de Tonalá y Tapachula del Mar del Sur, en el Partido de Soconusco, con libertad de derechos por diez años....”

Este decreto, además de probar que la provincia de Chiapas se desenvolvía sola y por sí misma en las Cortes españolas, demuestra de manera indubitada que el Partido de Soconusco era considerado en España como perteneciente a la jurisdicción de la provincia de Chiapas.

Queda bien claro, pues, que la provincia de Chiapas nunca estuvo sometida de hecho, ni política ni administrativamente, ni siquiera eclesiásticamente, puesto que tenía su propio obispado, a la provincia de Guatemala; que, aunque sí perteneció, lo mismo que la provincia de Guatemala, y con igual categoría que ella, a la Audiencia y Capitanía General de Guatemala, como lo hicieron en iguales condiciones Honduras, Costa Rica, Nicaragua y El Salvador, fue, no por su voluntas, sino impuesta por la fuerza de las circunstancias y el capricho del Consejo de Indias y del rey, quienes eran los que determinaban las divisiones administrativas, sin dejar derecho a los pueblos para oponerse.

Queda por tanto bien claro también que, al recabar su independencia Chiapas, lo hizo separándose de la Capitanía General de Guatemala, a la que estaba unida sin su voluntad, y no de la provincia de Guatemala, a la que nunca perteneció, y con la que sólo tenía lazos administrativos a través del Capitán General y Presidente de aquella Audiencia.

En el curso de tres siglos que duró la Colonia. Chiapas se manifestó en cuanta ocasión se le presentó, como deseosa de pertenecer a la Nueva España, y varias veces lo logró. Ahora, finalmente, es parte integrante de la federación que conforma los Estados Unidos Mexicanos, país cuyo nombre universal es México.

El cargo de traición que, de vez en cuando, y más para molestar que por otra cosa, se les suele adjudicar a los Chiapanecos por algunos guatemaltecos insensatos, más deberían aplicárselos a sí mismos, pues habiendo sido Guatemala parte integrante del Imperio Azteca antes de la conquista por los españoles, se separaron de su nación matriz. Claro que, como ya antes lo dijimos, la repartición y acomodo de las tierras después de la conquista fue hecha a voluntad única de los españoles.

Incorporada Chiapas a México, un acto indebido del general Vicente Filisola, al disolver esa Junta Suprema de Chiapas, provocó la rebeldía de los chiapanecos que en Comitán, Zapalutla y Tuxtla proclamaron el Plan de Chiapas Libre que a la postre triunfó e hizo que la nueva entidad permaneciera por espacio de tres años independiente tanto de Guatemala como de México y de cualquiera otra potencia. Por la misma época, la ciudad de Tapachula declaró también, sin cubrir fórmulas ni requisitos, la separación del Soconusco de Chiapas, de México y de Guatemala.

Con el respeto al principio de autodeterminación ---que desde entonces empezó a forjarse para convertirse en un principio inalterable de la política mexicana--- permitió que se diera oportunidad a estas dos ricas regiones del territorio nacional, a que sus habitantes, sin presión alguna y después del tiempo que quisieran tomarse, ratificaran o rectificaran su voluntad de ser mexicanos. Chiapas, como se ha dicho, se tomó tres años para eso y su departamento del Soconusco diecisiete; pero, a la postre, después de una consulta plebiscitaria, el 14 de septiembre de 1824, doce partidos, con ciento cuatro pueblos y 172,973 habitantes, ratificaron solemnemente su deseo de ser mexicanos.

Con anterioridad a dicho acto, Guatemala ya se había obligado a respetar la voluntad de los chiapanecos, cuando dijo a la Junta Constituyente de Chiapas: “Que si al fin los Chiapas quisiesen agregarse a estas provincias ---las de Centroamérica--- se les recibiría con el mayor placer, y éstas estimarían completa entonces su felicidad, y si las mismas Chiapas creyesen más conforme a sus intereses continuar separadas, no obstará para que puedan y deban contar enteramente con la amistad, la fraternidad y los servicios del Estado Guatemalteco”. (Decreto del 18 de agosto de 1824)

Chiapas había resuelto su separación de Guatemala “aún para el caso de que ésta se sometiera al Imperio Mexicano” y en el acta de independencia hizo constar expresamente que se negaba a distribuir el documento similar de Guatemala, por no sentirse subordinada a esta República.

La Junta de Gobierno disuelta por Filisola y reconstituida por voluntad popular que acató el coronel Felipe Godallos, expedicionario militar mexicano a quien dejó Filisola como jefe de armas, nombró primero a don Manuel Rijas como jefe político de la provincia y al citado coronel como comandante militar; pero al triunfo del Plan de Chiapas Libre, ambos fueron sustituidos por Manuel Zebadúa, hermano de don Marcial, del mismo apellido, que en aquella época era ministro de Relaciones Exteriores de Guatemala. Los dos primeros eran partidarios de la anexión a México, y el último, acérrimo simpatizador de la anexión a Guatemala.

Hasta 1842, siendo Presidente de México don Antonio López de Santa Ana, se logró la reincorporación a México y desde luego a Chiapas de la zona del Soconusco que, como ya se expresó, se había separado por acta del 24 de junio de 1824.

Para demostrar que México jamás presionó a los habitantes del Sur, paso a recordar que toda la actuación de Filisola en Centroamérica confirma y ratifica la vieja convicción mexicana por la libertad; al ordenar que en todos los casos fuera respetada la voluntad de los hombres para autodeterminar su forma de gobierno. Así fue como por instrucciones de su gobierno, ayudó a formar la Federación Centroamericana y la defendió hasta el punto de pedir a Chiapas el envío de sus delegados al Congreso Centroamericano, y de escribir una célebre carta aconsejando respeto a los guatemaltecos que, según sus propias palabras, nos ayudarían a cuidar la integridad de nuestro territorio y las espaldas de nuestro país en sus luchas con los EE. UU. La historia se ha encargado de probar cuán equivocado estuvo a este respecto Filisola.

A la caída del Imperio de México, presidido por don Agustín de Iturbide, Centroamérica se constituyó en una Federación Soberana e Independiente de México, España y cualquier otra potencia tanto del Nuevo como del Viejo Continente, en julio de 1824, sin protestas por parte de nuestro país; pero Chiapas y El Soconusco ya no pertenecían a la Capitanía de Guatemala, ni formaron parte de la nueva entidad separatista, sino que permanecieron independientes hasta el 14 de septiembre de ese mismo año en que se incorporaron a México.

El problema de límites

En una memoria presentada al Congreso de la Unión en 1871, don Matías Romero, entonces Secretario de Relaciones Exteriores de México, al ocuparse de la cuestión de límites con Guatemala, principió diciendo: “El ejemplo de México y Guatemala es acaso el único que se presenta de dos naciones vecinas , del mismo origen, de idénticos intereses, que formaron por algún tiempo una sola, y que sin embargo hayan permanecido por cuarenta años sin celebrar ningún tratado de límites ni de otro género. Parecía natural creer que estaba en el interés de Guatemala, más bien que en los de México, asegurar por medio de un tratado la demarcación de los límites entre ambas repúblicas. Esto, sin embargo no ha sido así: México ha estado siempre dispuesto a hacer tratados amistosos y equitativos con Guatemala, al paso que ésta potencia se ha rehusado constantemente a firmarlos. La explicación de esta resistencia ha sido la creencia, o por lo menos la esperanza, más que ilusoria que parece ha tenido Guatemala de poder recobrar alguna vez el Estado de Chiapas”. (Expediente de la Secretaría de Hacienda relativo al Soconusco. 1870-1871)

No sólo la observación atinada de don Matías Romero dificultó la fijación de los límites entre las dos repúblicas, ya que la sinuosidad del terreno y las fuertes avenidas de sus ríos, contribuyeron a obstaculizar la empresa. Ambos países nombraron una comisión técnica que los representara, por el lado guatemalteco fueron técnicos alemanes y por el mexicano fueron técnicos mexicanos encabezados por el ingeniero geógrafo don José Tamborrel Siqueiros. Aquí cabe señalar un hecho poco conocido, que no por ello deja de ser importante y que debe llenar de orgullo a los ingenieros mexicanos, resulta que se presentó una gran polémica en la determinación de los límites fronterizos en la zona de los estados de Tabasco y Campeche ---polémica que en ciertos momentos tornose muy ríspida--- pero la preclara inteligencia y los argumentos del ingeniero Tamborrel convencieron a los ingenieros alemanes y le dio a México varios miles de hectáreas, convirtiéndose en el único mexicano que ha ganado tierras para México con la única arma de la ciencia. Honor a quien honor merece.

Anécdota: Cuando se estaba integrando la comisión técnica que se encargaría, por parte de México, de fijar los límites fronterizos con Guatemala, y a sabiendas ya de que por parte del país vecino sería una comisión integrada por técnicos alemanes ---los alemanes gozaban de un gran prestigio en todas las ramas de la ciencia--- , el ingeniero mexicano don Alberto Amador, de gran prestigio en México y amigo personal del Presidente de la República general don Porfirio Díaz Mori, le recomendó a un joven ingeniero, originario de la hacienda de Delicias (ahora Ciudad Delicias), Chihuahua, de nombre José Tamborrel Siqueiros. Don Porfirio le observó al ingeniero Amador que su recomendado era aún muy joven y que quizás le faltaría capacidad y experiencia, a lo que el ingeniero repuso: “no lo recomiendo por su juventud, aunque esta le va ha ser muy útil para soportar favorablemente las inclemencias de la región, sino porque estoy seguro de sus conocimientos e inteligencia llenaran con creces la capacidad y experiencia suficientes y necesarias”. Así fue que el ingeniero Tamborrel fue nombrado jefe de la comisión y respondió con creces la confianza en él depositada por el Presidente de México. Ya casi para terminar los acuerdos, se suscitó una fuerte polémica con la comisión guatemalteca, pero el ingeniero Tamborrel, con fundamento en sus conocimientos científicos, ganó para México aproximadamente 4000 km2 (400,000 Has.), que es la franja de aproximadamente 200 Km. de largo por 20 Km. de ancho, comprendida del paralelo 18º al 17º 49’, en el tramo fronterizo de los estados de Campeche y Quintana Roo con Guatemala. El ingeniero Tamborrel se enamoró de Tabasco y de una tabasqueña, casó con doña Clementina Suárez Vela, oriunda y vecina de Tenosique, con quien procreó cinco hijos, todos orgullosamente tabasqueños. En Tenosique vivió el resto de su vida, habiéndose dedicado a la explotación racional de la madera, y a la agricultura y ganadería, además de haber desarrollado labores altruistas y docentes. Murió en la ciudad de Villahermosa, Tab. en 1906.

Volviendo a Chiapas. Según el Diccionario Universal de Historia y Geografía, los puntos que marcan los límites con Guatemala por el rumbo del Soconusco, son los ríos Tilapa, y Petacalapa, Nica, el Naranjito y el paraje del Zapote, y por el de Comitán, el del río Nentón, la Hacienda de San José, el patio de la Suchaná, la Piedra Redonda. El Cerro de Ixbul y el río Usumacinta.

La situación del Estado, desde el punto de vista astronómico, según Juarros, que tuvo acopio de datos de la capitanía de Guatemala y los que le suministró el Consejo de Indias, es de 14° 40’ 17” latitud norte.

La Sierra Madre y la de los Cuchumatanes fue línea divisoria de Chiapas con Guatemala desde 1554 y por informes de Clavijero sabemos que esas mismas montañas separaron las diócesis de Chiapas y de Guatemala.

Pero no fue sino hasta el 12 de agosto de 1882, cuando, con intervención directa del C. Presidente de Guatemala, general Justo Rufino Barrios, respaldado con amplios poderes del Congreso Guatemalteco, cuando se suscribió el convenio preliminar sobre estos límites. Lo firmaron los CC. Matías Romero como ministro Plenipotenciario de México y el señor don Manuel Herrera hijo, representante de Guatemala ante los Estados Unidos Mexicanos.

Los artículos de ese convenio son los siguientes:

I.--- La República de Guatemala prescinde de la discusión que ha sostenido acerca de los derechos que le asistan sobre el territorio del Estado de Chiapas y su departamento del Soconusco.
II.--- El tratado definitivo de límites entre Guatemala y México, ce celebrará bajo la base de considerar a Chiapas y al Soconusco como parte integrante de los Estados Unidos Mexicanos.
III.--- La República de Guatemala, satisfecha con el debido aprecio que México hace de su conducta y con el reconocimiento de que son dignos y honrosos los elevados fines que inspiraron lo convenido en los artículos anteriores, no exigirá indemnización pecuniaria ni otra compensación, por motivo de las estipulaciones precedentes.
IV.--- Si las partes no pudieren ponerse de acuerdo respecto de los límites, se nombra como tercero al C. Presidente de los Estados Unidos de América.
V.--- En la demarcación de la línea divisoria servirá de base por regla general la posesión actual; pero esto no impedirá que se prescinda de esta base, por ambas partes de común acuerdo, con el objeto de seguir de seguir líneas naturales, o por otro motivo, y en este caso se adoptará el sistema de compensaciones mutuas. Entre tanto se marca la línea divisoria, cada parte respetará la actual posición de la otra.
VI.--- Los gobiernos de Guatemala y los Estados Unidos Mexicanos, se obligan a firmar el tratado definitivo de límites, en la Ciudad de México, bajo las bases contenidas en este convenio, a más tardar dentro de seis meses desde esta fecha.

El 27 de septiembre de ese mismo 1882, o sea a mes y días del Convenio anterior, siendo Presidente de México don Manuel González y su Secretario de Relaciones Exteriores comisionado don Ignacio Mariscal, con intervención del mismo señor Herrera hijo, ya como enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Guatemala cerca del Gobierno de México, se firmó el convenio definitivo que el Senado de México aprobó como tratado internacional el 17 de octubre siguiente y fue ratificado por el Ejecutivo Mexicano el 4 de enero de 1883.


La Asamblea Legislativa de Guatemala lo aprobó el 25 de diciembre de 1882 y la ratificación por el Presidente de Guatemala fue el 29 de los mismos mes y año.

Consta de los siguientes artículos:

I.--- La República de Guatemala renuncia para siempre de los derechos que juzga tener, al territorio del Estado de Chiapas y su distrito del Soconusco, y, en consecuencia considera dicho territorio como parte integrante de los Estados Unidos Mexicanos.
II.--- La República Mexicana aprecia debidamente la conducta de Guatemala y reconoce que son tan dignos como los fines que le han inspirado la anterior renuncia declarando que en igualdad de circunstancias México hubiera pactado igual desistimiento. Guatemala, por su parte, satisfecha con ese reconocimiento y esta aclaración solemne, no exigirá indemnización de ningún genero con motivo de la estipulación precedente.
III.--- Los límites entre las dos naciones serán a perpetuidad los siguientes: 1º.--- La línea media del río Suchiate, desde un punto situado en el mar a tres leguas de su desembocadura río arriba, por su cause más profundo, hasta el punto en que el mismo río corte el plano vertical que pase por el punto más alto del volcán Tacaná, y diste 25 metros del pilar más austral de la garita de Tlaquian, de manera que esta garita quede en territorio de Guatemala; 2º.--- La línea terminada por el plano vertical definido anteriormente, desde su encuentro con el río Suchiate, hasta su intersección con el plano vertical que pase por la cumbre de Buenavista e Ixbul; 3º.--- La línea determinada por el plano vertical que pase por la cumbre de Buenavista, fijada ya astronómicamente por la Comisión Científica Mexicana, y la cumbre del Cerro Ixbul, desde su intersección con la anterior hasta un punto cuatro kilómetros adelante del mismo Cerro; 4º.--- El paralelo de latitud que pasa por este último punto desde el rumbo al oriente, hasta encontrar el canal más profundo del río Usumacinta , o el de Chjcoy, en el caso de que el expresado paralelo no encuentre el primero de esos ríos; 5º.--- La línea media del canal más profundo del Usumacinta un caso, o del Chicoy y luego del Usumacinta continuando por este, en el otro, desde el encuentro de uno u otro río con el paralelo anterior, hasta que el canal más profundo del Usumacinta encuentre el paralelo situado a 25 kilómetros al sur de Tenosique, en Tabasco, medidos desde el centro de la plaza de dicho pueblo; 6º.--- El paralelo de latitud que acaba de referirse, desde su intersección con el canal más profundo del Usumacinta hasta encontrar la meridiana que pasa a la tercera parte de la distancia que hay entre los centros de las plazas de Tenosique y Sachu, contada dicha tercera parte desde Tenosique; 7º.--- Esta meridiana desde su intersección con el paralelo anterior, hasta la latitud de 17° 49’; 8º.--- El paralelo de 17° 49’ desde su intersección con la meridiana anterior infinitamente hacia el este.
IV.--- Disposiciones para el levantamiento de mapas y movimientos que pongan a la vista los límites.
V.--- Disposiciones transitorias sobre la propiedad y nacionalidad de los habitantes en terrenos pasados a otra nacionalidad por virtud de este tratado.
VI.--- Ambos gobiernos, dentro del plazo de seis meses de reunidas las comisiones científicas enviarán una noticia de aquellas poblaciones, haciendas y rancherías que sin duda deban quedar en determinado lado, para que el Gobernador respectivo pueda dictar las medidas convenientes a su autoridad.
VII.--- El presente tratado será ratificado conforme a la Constitución Política de cada una de las dos repúblicas; y el canje de ratificaciones se verificará a la mayor brevedad.

Hecho, firmado y sellado en la Ciudad de México, el 27 de septiembre de 1882 por Guatemala: Manuel Herrera, hijo, y por México: Ignacio Mariscal,

El señor Presidente Barrios, en su mensaje al Congreso de Guatemala para dar cuenta del Convenio preliminar, dijo:
“En virtud de estas bases, Guatemala no puede ya alegar derecho al territorio de Chiapas y su departamento del Soconusco, los cuales, al designar los límites, se tendrán como parte integrante de los Estados Unidos Mexicanos, y sin que Guatemala, por esa estipulación, pueda exigir indemnización pecuniaria, ni otra compensación”. En otro periodo de este informe, el Presidente Guatemalteco califica los pretendidos derechos que hasta nuestros días sigue reclamando Guatemala, con los duros adjetivos de “ilusorios”, “quiméricos” y “ridículos”.

El anterior informe contiene el alegato más inteligente, por sintético y claro a favor de los derechos de México sobre Chiapas y Soconusco, como lo demuestra la transcripción de la parte relativa al mismo:
“Los publicistas mexicanos nos dicen: ---escribe el Presidente Barrios--- que Chiapas proclamó su independencia de España y su incorporación mexicana desde el 3 de septiembre de 1821, jurándola el 8 de ese mes, antes de que se proclamara la Independencia de Guatemala: que no sólo Chiapas lo hizo así, sino que Guatemala, por las intrigas del partido servil para dejar la patria anexada a un imperio, pocos días después conforme la resolución de la asamblea de 5 de enero de 1822, se agregó también a México; que con motivo de esta última anexión, hubo una reunión de las autoridades y del pueblo de Chiapas para hacer constar que continuaba independiente del antiguo reino de Guatemala, y que, por su voluntad y juramento, formaba parte del Imperio Mexicano, levantándose a ese efecto el acta de 29 de septiembre de 1822, en que manifestó que no quería pertenecer a Guatemala sino a México, y nombró un comisionado para ir a expresarlo así al Presidente de esta última República”.
“Ellos combaten nuestras pretensiones recordando que recibida votación popular sobre si Chiapas debía pertenecer a México o a Guatemala, resultó, y consta en el acta de 12 de septiembre de 1824, que, haciéndose la regularización, dio para México 96,820 votos y 60,400 para Guatemala, por lo vino la nueva acta de pronunciamiento de federación del 14 de septiembre de 1824. Ellos nos dicen que todas las constituciones de México han incluido a Chiapas como parte de su territorio: la primera Constitución Federal de 1824, la promulgada en 1843 bajo el nombre de Bases Orgánicas y el artículo 43 de la de 1857:: que cuando la República Central y la promulgación de las 7 leyes Constitucionales en que los estados mexicanos fueron departamentos, Chiapas fue uno de ellos, nombrando sus diputados al Congreso General y sus senadores:: que en los años siguientes, depositado el legislativo en Asambleas populares, Chiapas nombró sus diputados que fueron sus representantes en el Congreso, y cuando imperó la dictadura estuvo sometido a ella. Nos dicen que, hecha la independencia de España, las provincias de la Capitanía General de Guatemala, a cuya jurisdicción habían pertenecido ciertamente Chiapas y Soconusco según las leyes de Indias, no quedaron dependientes una de otras; y así como las unas pudieron y quisieron formar por sí repúblicas soberanas, otras quisieron y pudieron agregarse a otras nacionalidades como lo hizo Chiapas y como lo hizo la misma Guatemala, que la incorporación de Chiapas y Soconusco fue anterior a la de Guatemala e independiente de ella, de suerte que si ésta, por la abdicación y ausencia de México del Emperador Agustín de Iturbide, quiso y pudo separarse, Chiapas pudo continuar irrevocablemente unida a México; y así como la primera entró a formar una federación nueva con las provincias de Centro América, Chiapas pudo quedar haciendo parte de la Federación de México. Ellos nos dicen que Chiapas siempre ha tenido su constitución política como parte de México, siendo la última la de 4 de enero de 1858, y que por el contrario, la misma federación que Centro América, en decreto de 21 de julio de 1823, declaró que si los Chiapas se querían agregar, los recibirían con el mayor placer, lo cual envolvía el reconocimiento de la legitimidad de su separación. Nos llama la atención respecto de que , desde el año de 1824, Chiapas ha obedecido las leyes de México y acatado sus tribunales:: que ha corrido siempre la suerte de aquella nación, participando en sus desgracias, contribuyendo con sus dineros y sus soldados al sostenimiento de las guerras que ha tenido:: ha estado sujeto siempre a su régimen , bien haya sido el régimen de la libertad o el de la dictadura; y que nunca, por azarosas que hayan sido sus circunstancias, ni en los días de la anarquía ni en la guerra con los EE.UU., ni en la guerra llevada por la intervención francesa, ha intentado Chiapas separarse de México, no obstante que su posición y distancia la colocaban en posibilidad de hacerlo con más facilidad y menos riesgo y compromiso que cualquiera de los otros estados; y que a mediados del siglo XX, en los días que con más pasión se discutía por todas partes y por la prensa el asunto de límites, Chiapas había levantado las más enérgicas protestas contra la idea de pertenecer a Guatemala, y formulando las declaraciones más explicitas y terminantes de que deseaba continuar siendo parte de la República Mexicana. Nos hacen observar que, a lo sumo, podría pretenderse que Chiapas hubiera sido uno de los estados de la Federación de Centro América; pero que Guatemala sola y por sí no podía reclamar ese derecho, mientras aquella subsistió desde 1823, porque carecía de soberanía y representación internacional; y que, aunque la alianza fue disuelta en abril de 1839 y se confirmó por el Decreto de 1847 que en Guatemala se proclamó República Soberana, no se le transmitieron los derechos que tenía la federación. Nos responden que no hay pruebas concluyentes de que la Junta de Chiapas haya procedido sin libertad; que México no fue culpable de que Guatemala no enviara a tiempo al comisionado que por parte de ella debía presenciar la votación:: y que cualquier reacción, cualquier presión que se hubiera ejercido habría durado en sus efectos solamente tantos cuanto ellas, y habrían desaparecido cuando aquellas cesaran, mientras que Chiapas, constantemente y en todas circunstancias ha perseverado en su propósito de no formar parte de Guatemala sino de México”

“En lo que toca especialmente a Soconusco, nos hacen advertir que ha sido siempre distrito o departamento de Chiapas:: que separado este de Guatemala en 3 de septiembre de 1821 y unido a México, unido quedó también Soconusco que debía seguir la suerte de Chiapas, como una de sus dependencias que era, según la legislación constitutiva de Indias, y que si al reunirse la Asamblea en 1824 votó por pertenecer a Guatemala, tenía que obedecer y aceptar la resolución de la mayoría que fue a favor de México”.
“... que la posición de Soconusco ---durante su separación por rebeldía de Chiapas--- no podía continuar indefinidamente tan anómala como había quedado por los preliminares, sin más que el régimen municipal, sin que se entreviera la posibilidad del pronto arreglo con que se contaba, y sirviendo sólo de refugio de malvados por no tener que prestar obediencia a ninguna autoridad política; y por último, que suponiendo cualquier irregularidad, habría quedado subsanada no sólo por ser antiguos hechos consumados, sino también por la ratificación fundada en la aquiescencia de Chiapas que no ha protestado en el espacio de 61 años ---se refería a 1882--- y del Soconusco, que tampoco lo ha hecho”.

¿Podríamos encontrar otra defensa más clara de nuestros derechos por parte interesada en sostener lo contrario? Indudablemente que no, como dicen los litigantes: “a confesión de parte, relevo de pruebas”.


Testimonio chiapaneco

Un rigorismo de la Historia me obliga a señalas los graves daños que, particularmente a Chiapas, causó la insistencia guatemalteca al combatir por largos siete años el movimiento de la reforma juarista.

Lamentando no poder reproducir en su integridad los documentos que prueban lo anterior, me limito a reseñar los más salientes hechos que registran:
En los momentos más difíciles para México, los que siguieron a la injusta guerra de conquista de los EE.UU. y cuando el populacho yanqui en “meetings” tumultuaros resolvió expulsar a nuestros compatriotas, ocupar su propiedad, quemar sus hogares y ahorcar a los que no obedecieron la orden de destierro, resoluciones llevadas a cabo con un frenesí que deshonraría a una tribu salvaje, para colmo de burla, también los guatemaltecos se dieron el lujo de hostilizarnos. Provistos hasta de piezas de artillería, invadieron nuestro territorio, atropellaron a los particulares y a las autoridades, y en número de 200 hombres se presentaron contra Tapachula; “pero allí recibieron un saludable desengaño que los convenció de que el departamento de Soconusco seguía decidido por la nacionalidad mexicana. El prefecto, ayudado por los vecinos, improvisó una corta fuerza, resistió durante tres días la agresión guatemalteca, y por fin, como lo dijo en su parte, hizo huir despavoridos a los invasores, causándoles grandes perdidas”.
El 6 de diciembre de 1856, como un caso similar al anterior, el de la separación del Soconusco por 17 años, a inspiración del gobierno de Guatemala, Manuel de Jesús Chacón, respaldado por su hermano José María, hizo firmar en las oficinas del Cabildo, antes de consultar a los otros pueblos del departamento, un acta de Independencia de Chiapas (Boletín No. 8, Pag. 51 del Archivo histórico de Chiapas); pero estos traidores, como todos sus congéneres, resultaron cobardes, porque al simple anuncio de que marchaba contra ellos un grupo de compatriotas comandado directamente por el enérgico gobernante Ángel Albino Corzo, a quien la Historia no ha rendido el tributo de admiración y respeto que merece, abandonaron la plaza sin disparar sus armas y corrieron a su refugio de Guatemala, en donde estaban ya bien protegidos el señor juez y otras autoridades del lugar.

En el parte militar rendido por el comandante de Comitán, don José Pantaleón Domínguez, dando cuenta del ataque a esa plaza por las hordas del faccioso Juan Ortega (Boletín citado del Archivo Chiapaneco), puede leerse, entre otros interesantes datos, el siguiente:
“Las fuerzas de los incendiarios Chacón y Ortega, en número de más de 200 hombres entre los de caballería e infantería, siendo la mayor parte de la República de Guatemala, rompieron sus fuegos sobre la fortificación por los cuatro ángulos de la plaza que al efecto ocuparon, los que fueron contestados oportunamente por la fuerza de mi mando”.

El que fuera cabeza del movimiento conservador en Chiapas contra la Reforma juarista y el gobierno legítimo de don Ángel Albino Corzo, Juan Ortega, siempre c0on el apoyo de Guatemala para el aprovisionamiento de soldados, armas, municiones y caballería, y con la ayuda piromaniática del fraile Víctor Antonio Chanona, incendió el palacio de Gobierno de la Antigua Ciudad Real, hoy San Cristóbal de las Casas, logrando la toma de esa plaza y la pérdida de archivos y documentos valiosos que hasta la fecha se está procurando reponerse; pero cuando llegó en actitud triunfante a la humilde plaza de Chiapa de Corzo, cuna, con la de Tuxtla Gutiérrez, del liberalismo en el Sureste, con elementos de guerra que triplicaban a los que la defendían bajo el mando del coronel don Salvador Urbina, sufrió un descalabro total en la célebre batalla del 21 de octubre de 1863 que, guardadas las justas proporciones, tuvo el mismo significado y trascendencia de la de Calpulalpan.

Para terminar con esta relación, la concluiré con el asesinato del señor general José María Melo, en la finca Juncaná, municipio de Zapaluta ---hoy Trinitaria---, Chiapas. Este ilustre general Melo, nació en la República de Colombia a principios del siglo XIX y se educó en Ibagué. En 1819 sentó plaza en las filas republicanas de aquel país con el grado de teniente; combatió en el sur de Nueva Granada de 1820 a 1822 y se halló en las acciones de Popayán, Genoy y Pichincha; hizo luego la campaña del Perú y Bolivia hasta la rendición de Callao, tocándole ser de los vencedores de Lunin, Matará y Ayacucho por órdenes del Libertador Simón Bolívar. (Historia contemporánea de Colombia, escrita por Gustavo Arboleda, t. VI, Pág. 5). Los anteriores méritos lo llevaron al Gobierno de Colombia; pero por no cumplir exactamente los puntos fundamentales de su programa y por el escaso control que ejercía sobre los liberales de las provincias, el ejercito lo obligó a dimitir para luego ser expulsado.
En la República de El Salvador fue bien recibido y se le nombró inspector general del ejercito, gracias a la admiración que por el sentía el Presidente de aquella República, general Gerardo Barrios; pero como ansiaba seguir luchando por la libertad, abandonó tan cómodo refugio para penetrar a Guatemala, en donde, su Presidente Carrera, al saber que se trataba de un liberal, lo expulsó de inmediato por la frontera con Chiapas. Su deseo fue entonces ofrecer su espada a don Benito Juárez en la lucha por la Reforma; pero la ocupación de Oaxaca por las fuerzas conservadoras de Cobos, impidió que lo realizara. Al no poder llegar a Veracruz, tuvo que limitar su acción a la ponerse a las órdenes del gobernante chiapaneco. Este lo comisionó para vigilar la frontera por el distrito de Comitán, con muy pobres elementos militares; lo que, unido al desconocimiento del terreno y la decidida protección del gobierno guatemalteco a Ortega, determinaron su derrota.
El 30 de mayo de 1860, cuando acampó en la hacienda de Juncaná, situada a 45 kilómetros al sureste de Comitán, en espera de la incorporación de fuerzas que por órdenes del Gobernador Corzo debían enviarle de Comitán y San Cristóbal, fue sorprendido por Ortega y, después de un violento tiroteo al amparo de la noche, se le hizo prisionero y se le pasó por las armas sin formación de causa.
Y fue así como el Presidente Carrera, luego de expulsar al brillante soldado de Bolívar, lo mandó matar con violación a la soberanía territorial de nuestra Patria. (Reseña histórica de don Ángel Albino Corzo, Pág. 76)

Un hecho irrefutable que confirma la convicción de Chiapas, son los 140 años de vida solidaria con la de México, pero si esto no fuera suficiente para probar ante el mundo la mexicanidad de los chiapanecos, hay que recordar que, cuando no habían carretera ni fáciles medios de comunicación, 400 soldados de don Ángel Albino Corzo, por muy largos e inhóspitos atajos, traspusieron las empinadas montañas de abrupta serranía para poder pasar lista de presentes ante el general Ignacio Zaragoza en Tehuacan y luego compartir el honor y la gloria de luchar contra el invasor francés en el sitio de la ciudad de Puebla, como lo hicieron con denuedo bajo las órdenes del general Jesús González Ortega.

Y si el anterior acto de indiscutible abnegación patriótica, por su lejanía en el tiempo y el olvido, tampoco convenciera a nuestros vecinos y hermanos del Sur, invoco al sacrificio voluntario, en aras de la libertad y del decoro mexicanos, del doctor Belisario Domínguez; ya que este héroe por la palabra libre, que apostrofó al usurpador asesino Victoriano Huerta, representó a Chiapas, su tierra de origen, e interpretó fielmente los sentimientos, el valor cívico y la decisión de un pueblo que siempre estuvo y está al servicio permanente e invariable de su convicción mexicana. Así el pacto de nuestra Federación, fue sellado, por enésima vez, con la sangre de uno de los mejores hijos de Chiapas.

Debe aclararse que el término “anexión” que tantas veces se ha empleado en las festividades del 14 de septiembre y en las alegorías que lo interpretan, como la que se exhibe el monumento de La Lomita en Tuxtla Gutiérrez, es impropio, toda vez que resulta contrario a la Historia y a las normas del derecho.

Si el cambio en el cause de los ríos, como ha ocurrido en el Suchiate, genera problemas, estos deben ser discutidos inteligentemente por vías diplomáticas y con intervención de solventes y austeras sociedades científicas, y desde luego con la intervención de la ONU.

Es importante que los errores de nuestros antepasados sean corregidos y que, olvidando ofensas, podamos fijar bases para una vida que está demandando con apremio el destino de nuestros pueblos. Solo con paz, armonía y cooperación, es decir, procediendo como amigos y hermanos, será posible salvar nuestras riquezas naturales y la dignidad.


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Sucesos vinculados/Ing. José Tamborrel Siqueiros

La gran ilusión de Matías Romero

A 100 años de su puesta en marcha, la línea ferroviaria México-Oaxaca del antiguo ferrocarril mexicano del sur sigue dando al hombre un enorme servicio y asombrándonos por lo que entonces fue una auténtica proeza: atravesar la agreste e imponente cordillera de la Mixteca.
En las colonias Vértiz Narvarte y Del Valle, de la ciudad de México, una calle lleva el nombre de Matías Romero. Más o menos a la mitad del trayecto ferroviario entre Salina y Cruz y Coatzacoalcos hay una población oaxaqueña que también se llama así.
En Ciudad Satélite la nomenclatura municipal lo honra de igual modo. Y un instituto de estudios e investigaciones internacionales de la Secretaría de Relaciones Exteriores ostenta con orgullo la misma denominación. ¿Quién fue el personaje merecedor de tales reconocimientos’ ¿Qué relación tuvo con el ferrocarril de Puebla a Oaxaca que se empezó a construir hace un siglo?
UN POLIFACÉTICO E INCANSABLE VIAJERO
Muchos recuerdan a Matías Romero como el casi eterno representante diplomático de México en Washington, donde residió alrededor de 20 años. Ahí defendió los intereses del país durante los gobiernos de tres presidentes: Benito Juárez, Manuel González y Porfirio Díaz. Fue amigo del primero y del tercero, así como del general Ulises S. Grant, combatiente en la guerra de Secesión y luego presidente de los Estados Unidos. También fue Romero secretario de Hacienda en varias ocasiones, promotor de actividades agrícolas en el sureste de México y decidido impulsor de la construcción de ferrocarriles mediante el concurso de inversiones extranjeras. Por más de 40 años estuvo en el servicio público. Murió en Nueva York en 1898, a los 61 años de edad, dejando una importante obra escrita sobre temas diplomáticos, económicos y comerciales.
Quizás menos personas sepan que Matías Romero fue un viajero incansable. En aquellos tiempos en que viajar tenía visos de heroísmo, pues casi no había caminos ni posadas ni vehículos confortables en gran parte del país, este polifacético personaje salió de la ciudad de México y llegó hasta Quetzaltenango, en Guatemala. Durante cerca de 6 meses estuvo en movimiento. A pie, en tren, a caballo, en mula y en barco recorrió más de 6300 Km. Fue de México a Puebla por ferrocarril. Siguió a Veracruz en tren y a caballo. Ahí estuvo en San Cristóbal, Palenque, Tuxtla, Tonalá y Tapachula. Luego pasó a Gyatenakam donde hizo tratos con el caudillo de ese país. Rufino Barrios. Volvió a la ciudad de México tras ocuparse de sus fincas y negocios: el cultivo del café y la explotación de madera y de caucho. En marzo de 1873 estaba de nuevo en Guatemala, esta vez en la capital, donde se entrevistó frecuentemente con el presidente García Granados durante los seis meses que permaneció en aquella ciudad.
Como escribió su biógrafo, Romero escaló montañas, atravesó pantanos y marismas y pasó por “las tierras cálidas y húmedas de Veracruz, Campeche y Yucatán durante los terribles meses de verano... Llegó a donde solamente los primeros conquistadores habían llegado siglos antes”.
No fue ése su primer viaje. A los 18 años de edad, en octubre de 1855, tomó el viejo camino de Oaxaca a Tehuacan, por el que durante siglos se habían movido las recuas que llevaban el principal producto de exportación oaxaqueño: la grana o cochinilla, valioso tinte muy codiciado por los europeos. Todavía en ese año en el que el joven Matías dejaba para siempre su ciudad natal, se exportaron 647125 libras de grana, por un valor superior a 556 mil pesos.
Llegó a la ciudad de México, después de una estancia en Tehuacan, a bordo de una de las diligencias de don Anselmo Zurutuza, el empresario de transportes que ponía en comunicación a la capital de la República con Puebla y Veracruz y con numerosas ciudades del interior.
En esa época, la diligencia era un signo de la modernidad. Este vehículo había sustituido con ventaja a los coches de “bombee”, “pesados y lentos como litigio de testamentaria”, según escribió Ignacio Manuel Altamirano.
Las innovaciones técnicas ejercían una fascinación especial sobre Matías Romero. Pronto quedó atrapado por otro símbolo del progreso: el ferrocarril. Así, a poco de avecindarse en la ciudad de México, fue a conocer el avance de las obras de la estación ferroviaria que se estaba construyendo en la Villa de Guadalupe.
Y en agosto de 1857 puso los ojos por primera vez en una locomotora: la Guadalupe (tipo 4-4-0), construida por Baldwin en Filadelfia en 1855, y que se había conducido por partes desde Veracruz hasta los 2 240 metros del Altiplano central en carretas tiradas por mulas. Poco después hizo su primer viaje en tren del Jardín de Santiago en Tlatelolco a la Villa a lo largo de 4.5 kilómetros de recorrido. Buena parte del trayecto correspondía a la vía instalada en la Calzada de los Misterios, la cual se usaba también para la circulación de carruajes, jinetes y peatones.
Los tiempos turbulentos por los que atravesaba el país pronto obligaron a Matías Romero a emprender otros viajes. Comenzada la Guerra de Reforma, siguió al gobierno legítimo en su peregrinar azaroso. Así, estuvo en Guanajuato en febrero de 1858. al mes siguiente, ya en Guadalajara, fue reducido a prisión por los soldados amotinados que estuvieron a punto de disparar contra el presidente Juárez. Liberado, no sin antes sufrir la amenaza de fusilamiento, cabalgó hacia el Pacífico sobre una bestia y una silla que adquirió de su peculio. En las alforjas llevaba los escasos fondos de la Tesorería de la Federación, puestos bajo su cuidado. Llegó a Colima, tras fatigosas cabalgatas nocturnas, en ilustre compañía: Benito Juárez, Melchor Ocampo, secretario de Relaciones, y el general Santos Degollado, jefe del menguado ejército de la República.

De esa ciudad se dirigió a Manzanillo desafiando los peligros de la laguna de Cuyutlán con sus hambrientos lagartos que parecían “troncos pardos de árboles flotantes” de tantos que eran. Los saurios aguardaban con paciencia un error del jinete o un mal paso de la mula para tragarse a ambos. Es de suponerse que no siempre satisfacían su voraz apetito.

En cambio, los mosquitos, que también infestaban las aguas estancadas, se despachaban sin misericordia alguna. Por eso, otro viajero ilustre, Alfredo Chavero, dijo que en la laguna había “un enemigo que no se ve, que no se siente y que no se puede matar: la fiebre.” Y agregó: “Las diez leguas de la laguna son diez leguas de putrefacción y de miasmas que inoculan el mal al pasar”.

Matías Romero sobrevivió tan duros trances y en Manzanillo se embarcó hacia Acapulco y Panamá Cruzó el Istmo en tren (fue su segundo viaje por ferrocarril) y en Colón abordó otro navío para dirigirse a La Habana y a Nueva Orleáns, tras navegar por el delta del Mississipí. Por fin, luego de una travesía marítima de tres días, llegó a Veracruz el 4 de mayo de 1858. En ese puerto se instaló el gobierno trashumante de los liberales y ahí estuvo Romero a su servicio, como empleado de la Secretaría de Relaciones Exteriores. El 10 de diciembre de 1858, a bordo del mismo barco en el que había llegado (el Tennesse), salió hacia los Estados Unidos para asumir su cargo de Secretario de la Legación de México en Washington. Ya en aquel país, navegó río arriba por el Mississipi hasta Memphis, donde tomó el tren local, que “paraba en todas partes e iba pletórico de fumadores, junto con algunos esclavos muy sucios y algunos muchachos”. En Gran Junction pasó a otro tren, con carro dormitorio, y reanudó el viaje: Chattanooga, Knoxville, Lynchburg, Richmond y Washington, a donde arribó en la víspera de Navidad-. Durante el resto de su vida Matías Romero viajó mucho y llegó a conocer muy bien los ferrocarriles de Estados Unidos y de varios países europeos.

EL FERROCARRIL DE PUEBLA, TEHUACAN Y OAXACA

¿Cómo se vería el territorio oaxaqueño desde una nave espacial? Se vería en su mayor parte como encerrado en sí mismo, como dentro de un cerco de montañas, de estribaciones y cañadas. Las tierras frías darían la cara a los cálidos valles situados entre 1400 y 1600 m de altitud. En el Pacífico, tras la abrupta sierra Madre, una estrecha franja costera de unos 500 Km. de largo volvería la espalda a los valles centrales y a los escalonamientos y cañones montañosos. El Istmo de Tehuantepec, escudado por otro valladar orográfico, constituiría por derecho propio una región distinta.

Desde las alturas de ese observatorio privilegiado se contemplarían también dos casos especiales. Uno, el de la Mixteca Baja, algo aislada de la parte central y más integrada geográficamente a la vertiente del Pacífico. Otro, el de la Cañada de Quiotepec, o Mixteca Oriental, zona baja y cerrada que separa a las tierras zapotecas del centro y del oriente del país, y que por eso ha sido paso obligado de una de las rutas tradicionales que han intentado remediar el relativo asilamiento oaxaqueño. Esta ruta es la de Oaxaca-Teotitlán del Camino-Tehuacán- Puebla. La otra va por Huajuapan de León y por Izucar de Matamoros.

Pese a su gran familiaridad con distintos medios de transporte, Matías Romero nunca pudo ver a Oaxaca desde el aire. Pero tampoco le hizo falta. Pronto comprendió la necesidad de luchar contra el aislamiento y la escasez de comunicaciones de su tierra. Así, hizo suya la tarea de llevar el ferrocarril hasta su ciudad natal y se convirtió en decidido promotor de este “heraldo del progreso”, en México. Amigo de presidentes y de grandes personajes de la política y las finanzas en su país y en Estados Unidos, utilizó sus relaciones para impulsar las empresas ferroviarias y otras actividades de mejoramiento económico.

De 1875 a 1880, el gobierno de Oaxaca había celebrado algunos contratos de concesión para construir un ferrocarril que comunicara un puerto del Golfo, con la capital oaxaqueña y con Puerto ángel o Huatulco en el Pacífico. Faltaban recursos y las obras no se emprendían. Matías Romero, en representación de su estado natal, promovió activamente el proyecto. Contribuyó a que su amigo Ulises S. Grant, expresidente de los Estados Unidos, viniera a México en 1880. Luego en 1881, propició la constitución de la Mexican Southern Railroad co., en Nueva York. El presidente de la compañía concesionaria del ferrocarril de Oaxaca era nada menos que el general Grant. También participaban otros magnates ferrocarrileros estadounidenses.

Matías Romero puso grandes esperanzas en este ferrocarril. Pensaba que daría “vida, progreso y prosperidad a todos lo estados del sureste de nuestro país. Que...son los más ricos de nuestra nación y que ahora se encuentran en un estado verdaderamente lamentable”. La compañía presidida por Grant tuvo grandes dificultades financieras y pronto quebró. El antiguo guerrero de la contienda civil estadounidense quedó en la ruina. A tal punto, que Matías Romero le prestó mil dólares. (Muchos años antes también había brindado auxilio pecuniario a Benito Juárez, entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Aunque a éste únicamente le prestó cien pesos.)

En mayo de 1885 se declaró la caducidad de la concesión, sin que la Mexican Southern Railroad Co., hubiera tendido un solo kilómetro de vía. El sueño de Matías Romero parecía esfumarse.

Por fortuna para sus anhelos de progresos, las cosas no quedaron ahí, Ya sin su intervención, pues otra vez representaba a México en Washington, se autorizó una nueva franquicia para el ferrocarril en 1886. Tras diversas peripecias administrativas y financieras, una empresa inglesa comenzó a construirlo en septiembre de 1889. Los trabajos avanzaron con rapidez. En apenas tres años y dos meses se tendió la vía angosta entre Puebla, Tehuacan y Oaxaca. La locomotora atravesó triunfante la Mixteca Oriental y pasó por el cañón de Tomellín. Venció los obstáculos de un medio agreste, lo mismo que las reticencias de los incrédulos y las dudas de los temerosos. Desde 1893 funcionó plenamente el Ferrocarril Mexicano del Sur. Sus 327 kilómetros de rieles estaban ahí. También sus 28 estaciones, 17 máquinas de vapor, 24 vagones de pasajeros y 298 furgones para transporte de carga. Así se concretaron los sueños de Matías Romero, el incansable promotor y viajero.

EL OLVIDADO MATÍAS ROMERO

"Los pasajeros que se han transportado cómodamente por el mar, procedentes de Nueva Orleáns y otros lugares de la costa del golfo, desembarcan en Coatzacoalcos para reanudar su acuático viaje ahora a bordo del lujoso barco de palas Allegheny Belle (traído exprofeso desde el Mississippi) que remonta un anchuroso río Coatzacoalcos hasta el paraje llamado Súchil, (cerca del actual poblado de Matías Romero;) y de aquí, en traqueteantes carruajes, hasta el Pacífico donde han de embarcarse hacia San Francisco." ¿Fantasioso? de ninguna manera. Lo anteriormente dicho era ofrecido por la Tehuantepec Railway Company of New Orleans, a mediados del siglo XIX. En los primeros estudios que sirvieron de base para el trazo definitivo del Ferrocarril Transístmico, colaboró en forma importante, en los albores de su destacada actividad profesional el ingeniero geógrafo José Tamborrel Siqueiros, misma que lo llevó posteriormente a encabezar la Comisión Mexicana para el trazo de la frontera con Guatemala.

La empresa realizaba una travesía por mes y el servicio fue aprovechado por centenares de gambusinos que así se trasladaron a California.

En 1907, Matías Romero, Oax. vio pasar el ferrocarril Coatzacoalcos Salina Cruz, en cuyos días de apogeo llegó a haber 20 corridas diarias e ingresos netos de 5 millones de pesos al año-, pero que 7 años después cayó en desuso por la competencia del Canal de Panamá. Sin embargo, en Matías Romero (antiguamente Rincón Antonio) no decayó la actividad ferroviaria, tuvo talleres e industria mecánica afín de bastante importancia fomentada por el nuevo ferrocarril Pan-Americano (1909) que corría desde San Jerónimo ---hoy Ciudad Ixtepec--- hasta Tapachula, como continua haciéndolo hasta hoy.

La población de Matías Romero, de unos 25000 habitantes aproximadamente, de clima caluroso y rodeada por el paisaje del Istmo, ofrece dos pequeños hoteles; el Castillejos y el Juan Luis: hay excelente artesanía de filigrana de oro y de plata procedente de la vecina Ciudad Ixtepec (junto a Juchitán), que fuera base aérea militar durante la Segunda Guerra Mundial.

Ingeniero José Tamborrel Siqueiros


Extracto del contenido en un artículo sobre la vida y obra de Matías Romero, publicado a fines del Siglo XIX.

"Los pasajeros que se han transportado cómodamente por el mar, procedentes de Nueva Orleáns y otros lugares de la costa del golfo, desembarcan en Coatzacoalcos para reanudar su acuático viaje ahora a bordo del lujoso barco de palas Allegheny Belle (traído exprofeso desde el Mississippi) que remonta un anchuroso río Coatzacoalcos hasta el paraje llamado Súchil, (cerca del actual poblado de Matías Romero;) y de aquí, en traqueteantes carruajes, hasta el Pacífico donde han de embarcarse hacia San Francisco." ¿Fantasioso? de ninguna manera. Lo anteriormente dicho era ofrecido por la Tehuantepec Railway Company of New Orleans, a mediados del siglo XIX. En los primeros estudios que sirvieron de base para el trazo definitivo del Ferrocarril Transístmico, colaboró en forma importante, en los albores de su destacada actividad profesional el ingeniero geógrafo José Tamborrel Siqueiros, misma que lo llevó posteriormente a encabezar la Comisión Mexicana para el trazo de la frontera con Guatemala..

Sucesos vinculados/Coronel Manuel Tamborrel Macias

Sucedió en Ciudad Juárez


La «Casa Gris»

Ciudad Juárez extendía su caserío en una llanura sobre la que los rayos del sol de verano reverberaban implacablemente, sin que siquiera las misérrimas aguas del río Bravo del Norte proporcionaran la menor frescura al ambiente caldeado. Y allí, junto a las arenosas orillas del enjuto río, en tierra mexicana y teniendo a la vista los pocos edificios altos de la ciudad, que se alargaba en barrios pueblerinos de trazos irregulares, Francisco Ignacio Madero estableció el cuartel general del Ejercito Libertador en dos cuartuchos de adobe, en cuya entrada flameaban unas pequeñas banderas de México.

La «Casa Gris» se llamó aquel recinto de adobe, envuelto en las tolvaneras del desierto, donde Madero ejecutó acciones definitivas para el porvenir de México, acompañado por su esposa Sara Pérez de Madero y por sus más fieles colaboradores: sus hermanos Raúl y Gustavo, los hermanos Roque y Fe4derico González Garza, Abraham González, Ing. Manuel Bonilla, Pascual Orozco, Francisco Villa, José Garibaldi, Cástulo Herrera, Dr. Francisco Vázquez Gómez, taquígrafo Elías de los Ríos, Dr. Ignacio Fernández de Lara, y con ellos, José María Pino Suárez, llegado desde Mérida fiel al llamado de la Revolución, que iba a convertirlo pronto en el Vicepresidente legal, y también un hombre barbudo, alto y severo, que miraba con frialdad y fijeza a través de sus anteojos de oro, que había sido presidente municipal de su ciudad natal Cuatro Ciénegas, Coahuila, luego diputado federal y senador por Coahuila, pese a lo cual se mantuvo siempre en la línea revolucionaria, como lo demostraba con su presencia en la «Casa Gris» dispuesto a contribuir con su esfuerzo a dar vigencia a los principios de la Constitución. Ese hombre era Venustiano Carranza.

Villa, Raúl Madero, Garibaldi y Orozco empezaban a distribuir estratégicamente a sus hombres detrás de montículos de arena, y a arrastrar a los modestos cañoncitos, fabricados por ellos mismos, para instalarlos en las pequeñas alturas de aquella árida y desolada región. La caballería había sido dejada en la retaguardia, por haberlo dispuesto así el Estado Mayor del señor Madero, que juzgaron inapropiado el uso de caballos en las míseras goteras de la ciudad.

Madero, con su típica indumentaria de campaña, junto a su esposa Sara, vestida de negro, desde las puertas de la «Casa Gris» contemplaba con cierta tensión como su ejercito se iba desplegando en orden de batalla delante de una ciudad defendida precariamente por un menguado cuerpo de ejercito al mando del viejo general porfiriano: Juan Navarro, esto a pesar de que recién había llegado el Coronel Manuel Tamborrel Macias, enviado especialmente para fortificar la plaza, quien además de ser especialista en esa materia era un connotado artillero, pero la labor de éste estaba muy limitada por los escasos recursos de que disponía. La verdad fue que el gobierno federal inicialmente subestimó esta acción, que fue definitiva para el desarrollo de los acontecimientos inmediatos: la renuncia de Porfirio Díaz y el triunfo de la primera etapa de la Revolución, pero cuando quisieron rectificar ya era demasiado tarde. Cabe decir también que el Coronel Tamborrel fue enviado por consigna de algunos oficiales, jerárquicamente superiores, con el afán de desprestigiarlo por envidia y porque sabían, cosa que él nunca escondió, de su simpatía con las ideas de Madero, de quien era amigo personal. Lo que nunca evaluaron esos tortuosos oficiales es que Tamborrel era un militar de carrera con una recia formación que lo llevó a cumplir con intachable responsabilidad su misión, muriendo heroicamente en cumplimiento de su deber y con apego a su honor.

Por otra parte, la ciudad era como un polvorín, por hallarse en la misma frontera con los Estados Unidos, separada por un estrecho río de la ciudad de El Paso, Texas, en cuyas inmediaciones ya se avistaban las fuerzas estadounidenses resguardando la línea internacional.

Una rimbombante embajada

En aquellas dramáticas condiciones y al borde de una inminente batalla, la tarde del 21 de abril de 1911, cuando el señor Madero platicaba con Francisco Villa y con Pascual Orozco, que día a día, desde que fue sitiada Ciudad Juárez, lo importunaban con su belicosa impaciencia, deseosos de lanzarse al ataque de una vez por todas y apoderarse de la ciudad, vio venir hacia él, jadeantes, a dos hombres cuya indumentaria revelaba que no eran campesinos o gente del pueblo.

Eran el potentado y senador porfirista Oscar Braniff y el licenciado Toribio Esquivel Obregón, abogado de pueblo e individuo de mucha suficiencia que había sido antirreleccionista, separándose del partido poco después de a convención del Tívoli del Eliseo. Llegaban de Nueva York, en donde habían hablado con el doctor Francisco Vázquez Gómez, agente confidencial de la Revolución, parta proponerle, a nombre de Porfirio Díaz ---por más que no fuesen enviados oficiales suyos, sino simplemente oficiosos--- establecer un arreglo entre la Revolución y el Porfiriato, a fin de terminar las hostilidades.

El doctor Vázquez Gómez impuso su condición básica: la renuncia inmediata de Porfirio Díaz, lo que hizo desistir a Braniff y a Esquivel Obregón de seguir tratando con él. Por eso decidieron ir al propio Madero, alentados desde México por José Yves Limantour, que en aquellos críticos momentos se había convertido en la “eminencia gris” del régimen, sin que se ocultara su interés por transar con los revolucionarios, guiados por su afán de preservar los intereses financieros del Porfiriato.

Lo primero que Braniff y Esquivel Obregón propusieron a Francisco I. Madero fue la celebración de un armisticio a fin de entablar, durante el mismo, conversaciones de paz, pero a esto, el caudillo de la Revolución replicó que no se entendería con ellos si antes no renunciaba Porfirio Díaz, se le entregaba Ciudad Juárez y se designaba presidente interino a Francisco León de la Barra.

Braniff y Esquivel Obregón comunicaron por telégrafo a Limantour la decisión de Madero en estos términos: VENIMOS DE VER A MADERO punto AFIRMASE CONDICIONES PARA ARMISTICIO ENTREGA CIUDAD JUAREZ coma RENUNCIA DEL SEÑOR PRESIDENTE punto PRESIDENTE INTERINO DE LA BARRA punto MADERO MANIFIESTA QUE CON OTRAS CONDICIONES NO SERA OBEDECIDO POR LA REVOLUCION punto SUAPENDIDO ATAQUE CIUDAD JUAREZ HASTA MAÑANA punto ¿QUE HACEMOS? punto.
Limantour repuso: DESPUES DE ESPONTANEOS Y PATRIOTICOS ESFUERZOS DE USTEDES TAN MAL CORRESPONDIDOS POR REVOLUCIONARIOS coma NADA VEO QUE PUEDA HACERSE POR AHORA punto.
Y en efecto, nada se hizo por el momento sino exacerbar los ánimos de los dos bandos que se azuzaban desde las barricadas de Ciudad Juárez, y desde las trincheras de costales de arena con que Madero había mandado cercar la plaza.

Además la población civil de Ciudad Juárez, subestimada hasta entonces, empezaba a inquietarse cada vez más, día a día, con un ejército a sus puertas y otro adentro, a punto de entablar combate en un descuido, al tiempo que, desde El Paso, los estadounidenses amenazaban con intervenir con las armas para defender sus bienes y las vidas de sus conciudadanos en caso de que hubiese guerra en la misma línea divisoria internacional.

Ante estas circunstancias y después de haber estudiado concienzudamente el caso, Madero decidió aceptar con los emisarios del dictador, y para el efecto fueron girados los partes de guerra entre ambos bandos.

Para entonces el presidente Díaz, en uno de los pocos momentos lúcidos que tenía, dentro de la gravedad de los males que le aquejaban ---el mayor de los cuales era una persistente fluxión facial---, ordenó a Limantour que designara como representante personal ante los revolucionarios, y lo enviara a Ciudad Juárez para tratar oficialmente con ellos, al licenciado Francisco Carvajal, magistrado de la Suprema Corte de Justicia.

Llegó Carvajal al campamento de Madero, bien instruido por Limantour sobre lo que debía hacer, y se reanudaron con él las gestiones, en el curso de las cuales los revolucionarios exigieron nuevamente la renuncia de Porfirio Díaz y además: que se propusiera para cuatro secretarías de Estado y para gobernantes de catorce entidades federativas ---entre ellas las del norte--- a personas de procedencia netamente revolucionarias y también que se hiciera efectivo y consciente el voto público; que se diese libertad a los presos políticos y se suspendiera toda persecución política, y que se expidiera un decreto de amnistía para los revolucionarios, los cuales debían ser indemnizados.

Los representantes del Porfiriato se negaron a aceptar aquellas proposiciones, bien instruidos como estaban, desde México, por Limantour y por Jorge Vera Estañol ---a la sazón encargado de la cartera de Gobernación--- que diariamente celebraban consejo de ministros en la misma recamara donde el dictador seguía postrado atendido por sus médicos de cabecera. De aquella recamara, donde el César parecía agonizar, había partido esta orden para Carvajal: Deben desecharse completamente las exigencias relativas a composición del ministerio, pues es asunto en que el señor Presidente no puede admitir la ingerencia de nadie.

En la abundante correspondencia que se cruzó en aquellos días entre el licenciado Francisco Carvajal y José Yves Limantour, puede apreciarse cuál era el pensar de los porfiristas respecto a los pretendidos arreglos con los revolucionarios: Se aprueba actitud de usted al negarse a discutir renuncia del señor Presidente, pues es punto respecto al cual el Gobierno no puede admitir decorosamente que se le impongan condiciones… Preciso es que se convenzan los revolucionarios que la renuncia no puede ser materia de pacto y que deben atenerse a lo que el Presidente resuelva hacer sobre el particular…

Pero… hubo una tregua

Al amanecer el 5 de mayo de 1911, un alegre toque de diana despertó a las fuerzas maderistas que se hallaban acampadas enfrente de Ciudad Juárez. Y a poco, en perfecto orden de formación, desfilaron uniformadas de la mejor manera posible, delante de una mesa puesta a campo raso y desde la cual Francisco I. Madero y sus consejeros, entre ellos muy serios Venustiano Carranza y José María Pino Suárez, presidían la conmemoración del la batalla del 5 de mayo de 1862, fecha en que las tropas mexicanas se cubrieron de gloria al derrotar a las francesas, en la que paradójicamente participó destacadamente la persona a la que hoy combatían: el entonces coronel Porfirio Díaz Mori.

Madero había no querido dejar pasar inadvertida aquella fecha, que celebró modestamente pero con gran emotividad, para fortalecer el ánimo de los soldados. Un improvisado trompeta vació sus pulmones con los aires de una marcha de honor, y los músicos tocaron el Himno Nacional. Y como el punto está colmado de esperanzas, el momento tuvo caracteres de solemnidad. De no pocos ojos brotaron lágrimas de recuerdo. Madero, con la cabeza en alto, parecía como si lo aureolara la victoria.

A esa misma hora, más o menos, en la ciudad de México, después de que hubo terminado el desfile militar con que también se conmemoraba la batalla del Cinco de Mayo, el Presidente de la República mandó llamar a José Yves Limantour y se dolió con él profundamente de la alarmante situación en que se hallaban las fuerzas federales en la frontera, y de la ineficacia de los esfuerzos que se hacían para aumentar el ejercito. Le pidió que le redactara un proyecto de manifiesto a la Nación convocando al pueblo a tomar las armas en defensa del orden público, de las instituciones y del Gobierno establecido, en la inteligencia de que si la Nación no le dispensaba su confianza, como lo había hecho en otras ocasiones de su vida, dejaría la presidencia.

Limantour se dispuso a preparar el texto del manifiesto cuya parte sustancial se refería a la muy pensada renuncia. Para ello acudió a Rosendo Pineda, destacado “científico”, quien redactó lo concerniente a la renuncia en estos términos: EL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, QUE TIENE LA HONRA DE DIRIGIRSE AL PUEBLO MEXICANO EN ESTOS SOLEMNES MOMENTOS, SE RETIRARÁ, SÍ, DEL PODER, Y LO HARÁ EN FORMA DECOROSA QUE CONVIENE A LA NACIÓN, Y COMO CORRESPONDE A UN MANDATARIO QUE PODRÁ, SIN DUDA, HABER COMETIDO MUCHOS ERRORES, PERO QUE TAMBIÉN HA SABIDO DEFENDER A SU PATRIA Y SERVIRLA CON LEALTAD.

Como era lógico, el texto no agradó del todo a Porfirio Díaz, así que hubo de hacérsele una enmienda, referente, desde luego, a la temida renuncia, habiendo quedado definitivamente así: SE RETIRARA, SI, DEL PODER CUANDO SU CONCIENCIA LE DIGA QUE AL RETIRARSE NO ENTREGARA EL PAIS A LA ANARQUIA.

Y en tanto que el general Porfirio Díaz discutía con su conciencia cuál sería la hora apropiada para renunciar a la presidencia de la República, los revolucionarios, que tenían cercada a Ciudad Juárez, comenzaban a dudar de la seriedad y limpieza de propósitos de los emisarios del dictador, y como los cinco días del armisticio ya estaban vencidos, la situación se hizo insoportable.

Entre tanto, el calor agobiante embotaba a los guerrilleros que hacía más de quince días estaban apostados delante de Ciudad Juárez. A la inactividad se sumaba la falta de víveres y la reducida provisión de cartuchos, cosas que provocaban no pocas discusiones violentas entre los oficiales de Madero. Pesaba sobre las fuerzas revolucionarias una tensión evidente, que parecía resumirse y concentrarse en la figura del propio Madero, cuando iba y venía durante mucho rato frente a la «Casa Gris» con las manos a la espalda y mirando al suelo, como si su cabeza se doblara bajo el peso de enormes preocupaciones.

El jefe de la Revolución tenía motivos para estar preocupado y aun sentir un creciente malestar. Porque las gestiones de paz se prolongaban estérilmente, y al mismo tiempo sus propios correligionarios tenían dificultades para ponerse de acuerdo con los términos del convenio que se quería negociar con los porfiristas. Estos, por otra parte, habían demostrado que estaban dispuestos a impedir a toda costa que los revolucionarios llegasen a formar parte del gobierno, aun después de la renuncia de Porfirio Díaz.

Intransigencia

En una de aquellas noches de largas y tediosas conversaciones con Braniff, Esquivel Obregón y Carvajal, a las que asistían, asesorando a Francisco I. Madero, su padre Don Francisco, el doctor Francisco Vázquez Gómez, Venustiano Carranza y el licenciado José María Pino Suárez, Braniff se extendió sobre el peligro de la intervención estadounidense, la que indudablemente sobrevendría si los revolucionarios atacaban Ciudad Juárez, pues las balas lloverían también sobre El Paso, Texas, causando perjuicios a los ciudadanos del otro lado del río. Madero, alzando un pie sobre la silla y apoyándose sobre el respaldo de la misma, lo interrumpió con vehemencia diciéndole: “¿La intervención? ¡También combatiremos a los invasores! ¿Por ventura ha de permanecer el pueblo mexicano esclavizado por déspotas, hijos de su propio suelo, por temor de que vengan tiranos extranjeros a arrebatarle una libertad de que no disfruta, y una irrisoria soberanía? ¡Si los Estados Unidos intervienen, ustedes y no nosotros serán los culpables y los que habrán acarreado mal tan grande a la república, pues nosotros únicamente buscamos nuestra libertad, en tanto que ustedes se aferran en mantener al pueblo en la esclavitud!”

Alguien habló de la renuncia de los señores Díaz y Corral (Ramón Corral vicepresidente de la República) y de un gobierno mixto en que la Revolución estaría representada por cuatro ministros y catorce gobernadores; y de improviso, un hombre como de cincuenta años, que desde el principio de la reunión se había situado en un rincón del local donde la lámpara no alcanzaba a iluminar, irguió su talla, mostrando su rostro de enérgicas líneas ornado por una barba luenga y entrecana, y exclamó con vos poderosa: “Nosotros, los verdaderos exponentes de la voluntad del pueblo mexicano no podemos aceptar las renuncias de los señores Díaz y Corral porque, implícitamente, reconoceríamos la legitimidad de su gobierno, falseando así la base del Plan de San Luis Potosí. La Revolución es de principios; la Revolución no es personalista, y si sigue al señor Madero es porque enarboló la enseña de nuestros derechos; y si mañana, por desgracia, este lábaro santo cayera de sus manos, otras cien manos robustas se apresurarían a recogerlo. Así, nosotros no queremos ni ministros no gobernadores, sino que se cumpla la soberana voluntad de la Nación. ¡Revolución que transa es Revolución perdida! Las grandes victorias sociales sólo se llevarán a cabo por medio de victorias decisivas. Si nosotros no aprovechamos la oportunidad de entrar en la ciudad de México al frente de cien mil hombres y pretendemos encauzar la reforma por la senda de una ficticia legalidad, pronto perderemos nuestro prestigio y reaccionarán los amigos de la dictadura. Las revoluciones, para triunfar de modo definitivo, necesitan ser implacables. ¿Qué ganaremos con la retirada de los señores Díaz y Corral? Quedarán amigos en el poder, quedará el sistema corrompido que hoy combatimos; el interinato será una prolongación viciosa, anémica y estéril de la dictadura; al lado de esa rama podrida, el elemento sano de la Revolución se contaminaría; sobrevendrían días de lucha y miseria para la República; el pueblo nos maldecirá porque por un humanitarismo enfermizo, por ahorrar unas cuantas gotas de sangre culpable, habremos malogrado el fruto de tantos esfuerzos y de tantos sacrificios. Lo repito: ¡La Revolución que tranza se suicida!”. El hombre que hablaba con tal vehemencia era Venustiano Carranza.

Un sordo malestar va invadiendo las filas de los jefes revolucionarios ante tantas discusiones y puntos de vista diferentes. Para evitar que ocurran rompimientos que serían de grandísimas consecuencias, y también a fin de no dar ocasión a que las tropas estadounidenses hagan violenta presión para impedir daños en su territorio, Francisco I. Madero decide la mañana del 7 de mayo levantar el campamento y retirarse de las inmediaciones de Ciudad Juárez, para dirigirse hacia el sur, tal vez a atacar la ciudad de Chihuahua.

«Don Francisco está a caballo. Doña Sara aborda un guayín; la acompaña el señor Pino Suárez. Don Abraham González también calza espuelas. El coronel Francisco Villa marchará a la vanguardia. Pascual Orozco levantará sus fuerzas que están frente a Juárez, y tiene órdenes de concentrarse en un punto y vigilar los movimientos del enemigo. José Garibaldi y Roque González Garza, se han adelantado al señor Madero para organizar la transportación de revolucionarios a bordo del ferrocarril. Los últimos en despedirse del presidente provisional son don Venustiano Carranza, quien dirigirá la revolución en Coahuila; Don Manuel Bonilla, comisionado del gobierno de Sinaloa y don José María Maytorena, quien tiene instrucciones para dar vuelos a la revuelta de Sonora»

Muy temprano aquel día, un ayudante personal del señor Madero había andado por el campamento repartiendo muchas provisiones entre la tropa y diciéndoles “que ya se podían todos ir cada quien a su casa, porque ya se había terminado la Revolución”

Extrañados y sorprendidos por lo que les acababan de informar, emprendieron la marcha, unos a caballo y otros a pie, siguiendo un camino paralelo a la línea divisoria. Habrían caminado unos diez kilómetros cuando fueron alcanzados por unos emisarios de Pancho Villa, que les instaba a regresar porque ya se iba a comenzar el ataque: “¡No se vayan compañeros, regresen, ya vamos a comenzar la pelea contra los pelones! ¡Villa nos llama, nos necesita; ahora si es la verdad, ya vamos a pelear!....

¿Qué había ocurrido? Que Madero, ya de salida, se enteró por los periódicos de El Paso, Texas, de que el presidente Díaz había publicado un manifiesto en el que hablaba de renunciar a la Presidencia de la República, lo que le hizo pensar que el camino se había allanado para el triunfo de la Revolución. Así pues, determinó volver a situarse frente a Ciudad Juárez a esperar que los emisarios de Porfirio Díaz vinieran con la noticia formal de la renuncia, y con la aceptación de las condiciones puestas por los revolucionarios para cesar con las hostilidades.

Pero los acontecimientos se precipitaron en forma inesperada, afirmando, hasta el final y como lo ha comentado un autor, que “la toma de Ciudad Juárez es un remedo de la legendaria captura de Troya por los griegos”.

Y… se provoca la batalla

Mientras Emiliano Zapata y Ambrosio Figueroa extendían la Revolución por los estados de Morelos y Guerrero, en el norte del país, Madero había decidido abandonar el asedio a Ciudad Juárez, temeroso entre otras cosas, de provocar un conflicto internacional con los Estados Unidos que pudiera perjudicar la causa.

La población de Ciudad Juárez se agotó inquieta al difundirse la noticia de que las tropas de Francisco I. Madero, que habían iniciado la retirada 24 horas antes, después de veinte días de acecho, retornaban sorpresivamente volviendo a cercar la ciudad. La «Casa Gris», donde Madero se había entrevistado con los emisarios de Porfirio Díaz, volvió a servir de cuartel general al Ejercito Libertador.

Allí, rodeado de quienes más tarde serían los miembros de su gabinete y de los más valerosos jefes revolucionarios, Madero esperaba confirmar la noticia de la renuncia del dictador.

El destino que muchas veces lleva a los seres humanos a circunstancias imprevistas ---felices unas, amargas otras--- colocó entre las fuerzas maderistas, que asediaban la plaza de Ciudad Juárez, al licenciado José María Pino Suárez, y en las federales, que defendían la misma, al coronel Manuel Tamborrel Macías; ambos de mucho prestigio en sus respectivas profesiones. El primero era un connotado abogado muy versado en los problemas sociales de la Nación; y el segundo de mucho prestigio y largo historial como pundonoroso, valiente y, sobre todo, como conocedor de su profesión y la responsabilidad que ella conllevaba.

Fue el coronel Tamborrel un famoso artillero que en una ocasión asombró a los Estados Mayores de los principales ejércitos de Europa, por sus profundos conocimientos en la materia, triunfando con admirables tiros de precisión; y fue también maestro del Colegio Militar de Chapultepec. Siempre estuvo en contra de la podredumbre que se había creado bajo la sombra de Porfirio Díaz, pero siempre se mantuvo incólume su lealtad al Ejército y a las leyes constitucionales vigentes, ambas juramentadas como militar de carrera que era.

Por ese motivo, azuzado también por intrigas de su Estado Mayor, Porfirio Díaz le tenía animadversión y no perdía ocasión de postergarlo, encomendándole las peores comisiones de entonces, como la campaña del Yaqui o la guerra contra los mayas; así como las plazas más crueles ---secas, áridas y calientes. Todos estaban enterados de esa antipatía recíproca. Tamborrel trinaba pero aguantaba disciplinadamente, pues era un excelente soldado y tenía un elevado concepto del deber, del honor y del apellido que llevaba.

Cuando surgió Francisco I. Madero en el horizonte político de México, Tamborrel lo conoció y simpatizó con él y con sus ideales, lo cual, por sus principios no podía ser de otro modo, pero eso no le hizo variar su conducta en el aspecto militar y en el del deber. Los acontecimientos se dejaron venir, desencadenándose por todas partes, la Nación antera pedía un cambio.

Era ya un hecho, el triunfo de la Revolución se hacía sentir. Las fuerzas maderistas se dirigían a Ciudad Juárez, había que impedir que tomaran la plaza, porque de ello dependería la base de su aprovisionamiento. El Estado Mayor porfirista, con ojo certero pasó revista a los jefes de su ejército, todos más o menos buenos, pero era necesario que fuera definitivamente, excepcional, sobresaliente y, sobre todo buen artillero y fortificador, aspectos que entonces eran decisivos en la guerra, particularmente en el caso de Ciudad Juárez, por su posición y condiciones generales… y se pensó en Tamborrel… y allá lo mandaron ---hasta aquí todo bien, pero lo que no le dijeron es que contaría con escasos recursos y limitados efectivos, aspectos que cuando quisieron remediar era demasiado tarde. Gente que apreciaba y respetaba al coronel Tamborrel, comentaron posteriormente que lo mandaron con la traidora intención de alejarlo del centro por su posición incómoda para algunos superiores y subversivamente lo limitaron de recursos; no les importaba perder la plaza, cosa que tardíamente quisieron remediar, pero ya era demasiado tarde. ¡Cómo lo lamentaron después!

En síntesis, escogieron al mejor, pero como les estorbaba, lo limitaron de recursos y le importaba un comino perder la plaza, pero así mataban dos pájaros de un tiro: eliminaban al incómodo y se deshacían del “viejo senil” (Porfirio Díaz) para adueñarse del poder, pero “el tiro les alió por la culata” y, en esta ocasión, fracasaron en su intento. Sin embargo, cegados por su ambición y deseos de venganza, no cejaron en ponerle todo tipo de obstáculos al noble Madero y aproximadamente dos años después, apadrinaron al sicario Victoriano Huerta para lograr al fin treparse al poder, pero… ---el eterno pero--- no contaban con la astucia maléfica de Victoriano que acabó por dejarlos fuera de la jugada, cosa que tampoco le valió al sicario porque, en menos de dos años, pagaría su maldita osadía. La historia mexicana lamentablemente está plagada de ese tipo de acciones, en las que las bajas pasiones humanas prevalecen sobre la responsabilidad, el deber y el honor.

Y así fue que algunos sobrevivientes de esos malditos supieron treparse al carro de la triunfante Revolución y con el tiempo fueron apareciendo en la escena política para hacer de las suyas. Triste México en el que acaban gobernando los malos y, cuando surge alguien bueno, responsable y noble, se lo acaban como alimañas sedientas de sangre sana.

En Ciudad Juárez, el coronel Manuel Tamborrel Macías se encontró con el general Juan Navarro, buen militar, pero ya sugestionado, pesimista y desmoralizado. Tamborrel lo inyectó de ánimo, tomó providencias, con los escasos recursos con los que contaba fortificó cuanto y como pudo, disciplinó a la tropa y no paró hasta que todo estuvo listo conforme a sus deseos.

Pero resultó que Porfirio Díaz ---siguen las intrigas---, seguramente mal informado y aconsejado, a la mera hora desconfió de Tamborrel, pero como ya no había tiempo de sustituirlo, le dirigió un mensaje que fue muy conocido, en el que le decía: “Confío en su honor de militar y en sus conocimientos”. Tamborrel le contestó: “Gracias, conozco perfectamente cual es mi deber, no necesito que nadie me lo recuerde”.

Mientras tanto, las tropas maderistas se habían acercado a Ciudad Juárez y la rodeaban hasta donde era posible. Los jefes revolucionarios constantemente visitaban la vecina ciudad de El Paso, Texas, en donde también era frecuentemente estuvieran Navarro y Tamborrel. Allí se encontraban con recelo, algunos se saludaban con respeto y hasta charlaban. En dos o tres ocasiones se encontraron los parientes políticos: el Lic. José María Pino Suárez y el coronel Manuel Tamborrel Macías, el primero de las fuerzas maderistas y primo hermano de Clementina Suárez de Tamborrel, y el segundo del ejército federal y primo hermano de José Tamborrel Siqueiros, esposo de Clementina. Cada uno en campo opuesto, cada uno luchando por su deber, marcados por las circunstancias y su destino.

Un día, ya en vísperas del primer ataque, se encontraron el señor Madero y el coronel Tamborrel, se conocían bien y se saludaron con respeto. Tamborrel le dijo: “Simpatizo con su causa, pero mi deber de soldado es combatirlo…. En mis circunstancias ya no tengo tiempo para otra cosa… Aquí amigos, allá enemigos y, desgraciadamente, mortales”. Se abrazaron, se despidieron y mutuamente se desearon suerte.

Cierto descontento, provocado por falta de acción y dilaciones de las pláticas de paz, comenzó a cundir entre las tropas maderistas. La gran mayoría estimaba, y lo decía en voz alta, que el jefe Madero, con su ingénita bondad, estaba siendo víctima de las artimañas del gobierno de México. Por doquiera se hablaba de la proximidad del general Antonio Rábago con fuertes contingentes militares, por lo que no pensaban en otra cosa sino en combatir.

A raíz del pactado armisticio confidencial del 22 de abril de 1911, los señores Francisco I. Madero y Oscar Braniff habían proporcionado de su peculio algunos miles de dólares para adquirir comestibles y alguno vestuario para las tropas, habiendo conseguido a la vez que el general Navarro permitiera que esos elementos pasaran por el puente internacional. Pero, como era de esperarse, esas provisiones se agotaron rápidamente. La disciplina de un conglomerado armado de carácter netamente revolucionario, laxa ya de por si, tiende a relajarse cuando se lo somete a un periodo de expectación demasiado prolongado… Garibaldi, Villa, José de la Luz Blanco y otros jefes, eran de parecer que la plaza se tomara sin mayores dificultades, no obstante que la suponían en mejores condiciones de defensa de lo que en realidad disponía. El armisticio confidencial terminó el 6 de mayo de 1911.

Madero volvió a caer en la indecisión, al mismo tiempo que seguía negándose a atacar la plaza sitiada. Así llegó el 8 de mayo: al mediodía mandó buscar urgentemente a Pascual Orozco y a Francisco Villa, para no perderlos de vista, pues sabía muy bien hasta donde podía llevarlos su impetuosidad y arrojo; pero ni Orozco ni Villa aparecieron por ningún parte. A esa hora ambos se hallaban muy cerca de las fortificaciones de Ciudad Juárez, decididos a hacer algo en firme; Villa mandó llamar a dos muchachos que andaban por ahí y les dijo: “Muchachitos, acérquense a los “pelones” lo más que puedan y dispárenles unos cuantos tiros, y luego se regresan al campamento”. Así lo hicieron los dos muchachos, pero sólo uno regresó, el otro fue alcanzado por las balas federales.

A esa misma hora, por otro rumbo, varios hombres de Pascual Orozco, que andaban dispersos, se acercaron a unas huertas de la ciudad como para cortar fruta, aunque sólo lo hicieron para estar más cerca de los federales y poder gritarles insultos y amenazas, lo que provocó un tiroteo inmediato por ambas partes.

Al anochecer, Orozco y Villa llegaron a la «Casa Gris» y Madero les preguntó:
--- ¿Qué sucede?
--- Nada ---repuso Villa--- que ya están tiroteando algunos soldados.
--- A ver qué se hace, hay que retirar a esa gente inmediatamente ---dispuso Madero.
--- Muy bien señor presidente, como usted lo ordene ---responden Villa y Orozco, retirándose en el acto dizque a cumplir la orden de Madero, pero en realidad lo que hicieron fue mandar más gente para azuzar a los demás para que arreciaran el fuego.
Cuando Madero, en su desesperación porque no se cumplían sus órdenes, se fue a buscar a Villa y Orozco, en cuanto los encontró les preguntó, con tono que ya a las claras demostraba disgusto:
--- ¿Qué pasa, por fin retiran o no retiran a la gente?
--- Señor presidente, la retirada yo no es posible, los ánimos entre la tropa ya están exaltados y no quieren más que pelear ---le contestaron resueltamente Orozco y Villa.

El señor Madero permaneció serio, como si estuviera ajeno a toda decisión, y luego les contesta:
--- Pues si es así, ¡Qué le vamos hacer!

Serían las tres de la mañana, cuando Villa citó a junta a los jefes que estaban bajo su mando. Allí, en la penumbra de la madrugada, les da las últimas y terminantes instrucciones:
--- Amiguitos: la plaza de Ciudad Juárez debe estar en poder de la Revolución. Yo sé que está muy bien defendida, pero no tanto como para que con un poco de voluntad y audacia no lo podamos rendir. Compañeros, si somos capaces del arrojo que debe tener todo jefe leal que sabe cumplir con su deber, no nos va a ser muy difícil. El enemigo no tiene tantas ganas de morir, como nosotros de dar batalla, que será decisiva para el triunfo de nuestra causa. Todo está en entrar duro y parejo. Sobre todo cuiden de que no decaiga el ánimo de la tropa, ¿Entendidos?

Entre tanto, los coroneles maderistas Marcelo Caraveo y Agustín Estrada habían detenido en Bauche, Chihuahua, cerca de Ciudad Juárez, al general Rábago, quien se acercaba con una columna militar para auxiliar a la ciudad sitiada. Empezaban los combates, se desató el furor de unos y otros. Los maderistas avanzaban, las fortificaciones que coronel Tamborrel levantara para defender la ciudad eran derribadas por el ímpetu y decisión de los revolucionarios.

Desde la «Casa Gris», Madero contemplaba angustiosamente cómo la línea de fuego se iba extendiendo en torno a la ciudad. Enterado de que los federales acababan de dar muerte al emisario de paz que había enviado al general Navarro, dio la orden de entrar en batalla y mandó al coronel José de la Luz Blanco a que reforzara con todos sus hombres a Villa y Orozco.

Por fin entraron en la plaza, Tamborrel la defendía con coraje, como tigre acorralado; primero con artillería, después con ametralladora y, por último, ya herido y moribundo, con su pistola, que disparó ya estando completamente ciego por causa de una granada que le estalló cerca. Ahí quedó tirado en la calle, detrás de un poste. De ahí fue levantado.

--- ¡Arriba, muchachos, que ya se comienza a mirar el grano del rifle! ¡Adelante, muchachos, que ya mero se nos hace! ---les gritaba Pancho Villa a sus huestes que no dejaban de repetir ellos también: ¡Viva la Revolución! ¡Abajo el mal gobierno!

A poco, el coronel Francisco Villa se presentó ante Madero y le dijo:
--- El general Juan Navarro con sus oficiales y todas sus fuerzas están en poder de la Revolución y a disposición de usted. La plaza de Ciudad Juárez se ha rendido ante las armas de la Revolución. Si usted gusta señor Madero, ya nos podemos ir a la ciudad.
--- ¿Qué me estás diciendo Pancho? ---replicó Madero.
--- Que Ciudad Juárez está a disposición de usted, que ya es nuestra. ---concluyó Villa.

Francisco Madero, profundamente emocionado, estrechó en un fuete abrazo al rudo francisco Villa. Después de setenta y dos horas de intensos y sangrientos combates, Ciudad Juárez cayó en poder de la Revolución el 10 de mayo de 1911. Fue el hecho de armas más significativo en la primera etapa de aquel movimiento libertario social de México.

El señor Madero ordenó que los funerales del coronel Manuel Tamborrel Macías se hicieran como correspondía a su graduación y a la heroica forma en que había sucumbido. El general e ingeniero Pascual Ortiz Rubio, revolucionario y expresidente de la República, en su obra “La Revolución de 1910”, dice: “Se verificaron con pompa los funerales del coronel Manuel Tamborrel Macías, que murió como un valiente. Le hicieron los honores una compañía de infantes revolucionarios y un escuadrón de caballería, a las inmediatas órdenes de los jefes prisioneros. Al descender el cuerpo en su sepultura se hizo una descarga de fusilería y los tambores batieron marcha de honor”

Esta noble actitud del señor Madero causó desagrado de muchos revolucionarios que no encontraban razón para proceder así con un hombre que había sido su enemigo, que les había causado muchas bajas y que les había dado mucho quehacer. En cuanto al general Navarro, que fue hecho prisionero, el señor Madero personalmente lo ayudó a cruzar el río Bravo y pasar a los Estados Unidos, poniéndolo a salvo, en un sitio seguro, en lugar de fusilarlo como lo hubiera hecho cualquier otro de los jefes revolucionarios. Madero, todo generosidad y nobleza, era incapaz de hacer una cosa así, todos comentaban que si el resultado hubiera sido al revés, y el señor Madero hubiera caído prisionero, el general Navarro no hubiera titubeado en fusilarlo inmediatamente. A este comentario, Madero siempre contestaba: “No porque otro sea asesino yo lo voy a ser”

Todos los gestos de nobleza del señor Madero herían y molestaban a los sanguinarios de la Revolución ---desgraciadamente proliferaron y mucho daño le hicieron a ésta---, que todo querían arreglar destruyendo y matando sin piedad. La formidable y ejemplar actitud del señor Madero para con el general Navarro y el coronel Tamborrel colmó la sed de sangre y venganza a ultranza; no pudieron soportar los honores militares en el sepelio de Tamborrel, acto que fue, según ellos, una vergonzosa humillación. Lo de salvar a Navarro lo consideraron una imperdonable tontería. Los más disgustados eran Pascual Orozco y Francisco Villa, quienes después de buscarse para comentar lo sucedido y dizque sus consecuencias, resolvieron dar un paso lamentable pero que fue a la postre aleccionador.

Relucen las pistolas

El edificio de la Aduana de Ciudad Juárez se había convertido en el cuartel general del presidente provisional de México, cargo que tenía el señor Madero desde que el Plan de San Luis recibió la adhesión del pueblo mexicano; y contando ya como capital improvisada a Ciudad Juárez, procedió a nombrar su gabinete en la forma siguiente: ministro de Relaciones Exteriores: Francisco Vázquez Gómez; de Hacienda: Gustavo A. Madero; de Guerra: Venustiano Carranza; de Gobernación: Federico González Garza; de Justicia: José María Pino Suárez y de Comunicaciones: Manuel Bonilla.

Aún humeaban los fusiles con que se había ganado la plaza, cuando, el 13 de mayo de 1911, sábado, un incidente que casi se convierte en motín, interrumpió la buena armonía de los jefes revolucionarios y mostró ingratas aristas en el carácter de algunos de ellos, Pero dejemos que sea Juan Sánchez Azcona, secretario particular del señor Madero, nos platique el episodio y sus derivaciones:
“Ese día iba yo acompañado de mi hijo Juan. Al llegar a la Jefatura nos sorprendió encontrar a su puerta gran hacinamiento de gente. El portal de la entrada estaba resguardado por Juan Dosal y sus hombres. Abrimos paso entre la muchedumbre para llegar a ese lugar, y alguien nos dijo: ‘Pasa algo grave; el presidente y el general Orozco tienen una gran disputa’. El mayor Dosal nos franqueó la entrada y al llegar al salón de juntas, oímos grandes clamores y vimos con sorpresa que un grupo de hombres se debatía forcejeando desesperadamente: Orozco con el brazo izquierdo tenía enlazado a Madero, mientras que en su diestra mano empuñaba una pistola; Madero exclamaba: ‘Yo soy el presidente’ y Orozco rugía; ‘Pero no sale usted señor Madero, no sale usted…’ Don Abraham Gonzáles y Gustavo A. Madero, éste también con pistola en mano, trataban de separar a madero y Orozco; y así, forcejeando, Madero, completamente inerme, con la fuerza de sus músculos logró llegar hasta la puerta, la traspuso pasando frente a Dosal que permaneció atónito y salió hasta la calle. Nadie más que ellos dos pudieron salir. Estaban en la Jefatura todos los miembros del gabinete (con excepción del Dr. Vázquez Gómez y de don Venustiano Carranza). Juan Dosal y sus hombres nos interceptaron el paso diciendo: ‘Nadie sale….’ Oímos gritos de las tropas que clamaban a Pascual Orozco… Pino Suárez trepó sobre las sillas para ver u oír que acontecía. Se había hecho un gran silencio, y Madero, desde lo alto de un automóvil, arengaba a las tropas, más de cien hombres, casi todos de las fuerzas de Orozco.
Madero gritó: ‘Aquí estoy, matadme si queréis… O conmigo o contra Orozco ¿Quién es el Presidente de la República?...’
El general Garibaldi gritó: ‘¡Viva Madero!’ y toda la tropa secundó el grito, que fue repetido muchas veces, Orozco parecía anonadado. Entretanto, Villa se acercaba al coche y decía conmovido al Presidente provisional: ‘Ajusíleme usted Madero, castígueme, castígueme…’ Y Madero, que había recobrado su sonrisa habitual: ‘Qué te he de fusilar, si eres un bravo…’ Y a Orozco: ‘General todo ha pasado… Venga a tratar conmigo serenamente, dígame.’
Orozco expresó que no creía justo que las tropas sufrieran penalidades. Enérgicamente contestó Madero que la penuria de las tropas no era tanta como Orozco la presentaba, desde el momento en que había víveres en los almacenes, y que muy pronto quedaría resuelta la inmediata situación económica, con el funcionamiento de la Aduana; que, por lo demás, ningún caso estaba dispuesto a someterse a la fuerza bruta.
Despidiese Orozco, al parecer calmado; Madero acordó lo más urgente con nosotros, y en seguida se marchó a poner a salvo al general Navarro, porque, después de lo acontecido, era de temerse algún atentado en su contra.
Desde aquel momento data el ‘maderísmo’ de Pancho Villa, que perduró hasta su muerte, no obstante que estuvo preso durante la presidencia constitucional de Madero. Días después del motín, villa nos decía a Pino Suárez, a Bonilla y a mí: ‘Cuando pienso en el mal que quise hacer al señor Madero, me siento el corazón entre dos piedras’”

Con respeto a la situación del exdefensor de Ciudad Juárez, el general Juan Navarro, a quien se decía que Orozco y Villa insistían en hacer fusilar, acusándolo, juntamente con el coronel Caraveo, de haber ametrallado en un panteón a los prisioneros y heridos revolucionarios que capturó en la batalla de Mal Paso, un boletín que hizo imprimir Madero aquel mismo 13 de mayo, volviendo a enseñar su nobleza y humanismo, decía lo siguiente: “Como supe que algunos soldados mal aconsejados, trataban de infligir alguna ofensa al general Juan Navarro, lo tomé bajo mi custodia, desde un principio, en mi propia casa; pero, como no podía estar siempre a su lado, con lo que pasó, concebí temores de que en mi ausencia podría ser molestado. Para evitarlo, lo conduje en persona a un lugar apropiado para que pudiera cruzar el río y refugiarse en el lado americano, en donde continúa siendo mi prisionero de guerra, bajo su palabra de honor.
En honor de Orozco debo decir que él mismo propuso que podríamos hacerlo de este modo desde un principio, y el mismo Villa, cuando le comuniqué mi propósito de garantizar la vida de Navarro, me dijo que obrara como quisiera, con lo cual quedaría conforme, En consecuencia, no es verdad, como se asegura, que mis oficiales o soldados me hayan exigido la vida del prisionero, pues así como son valientes en el combate, son generosos en la victoria”

Esta fue la versión oficial de ese histórico episodio. Con esto volvió a demostrar el señor don Francisco I. Madero su calidad de hombre probo, noble y humano. De los hombres cuya presencia en el mundo contrarresta tanta ignominia. Seres excepcionales a quienes la única forma de eliminarlos es asesinándolos, como asesinaron a Jesucristo. Los matan físicamente pero nunca a su espíritu ni a sus enseñanzas que prevalecen eternamente para bien de la humanidad.



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